sábado, 15 de noviembre de 2008

Distracción

Para ese momento, Cesar estaba completamente inmóvil, sin poder articular palabra. Para Isabel, fue una suerte de confirmación, y se limitó a mirarlo a los ojos, con una sonrisa de triunfo.
- Estabas impaciente por heredar su dinero antes de que se lo "acabara", como tú mismo juzgabas que lo hacía, por lo que decidiste matarlo primero. El envenenar su café era la opción más práctica, pero sabías que eso podía descubrirse en una autopsia, por lo que optaste por fabricar un "culpable".
Tomó la cajita de nuevo en sus manos y la jaló varías veces, dejando que la aguja golpeara en su uña.
- Con la cantidad de gente que tu tío trataba de manera superficial, era fácil crear un culpable, y en especial si la descripción era la de más de una posible persona. Así que preparaste la caja, y arreglaste la "entrega". Como tú eras quien recibía lo que le mandaban, esa parte era sencilla. Después, esperas a que reciba el paquete, y le sirves el café. En cuanto lo bebe, y el veneno hace efecto, te apresuras a limpiar todas las pruebas, guardando bien el libro que se manchó cuando tiró parte de la taza en su agonía. Cuando el escenario estaba totalmente a tu gusto, fue cuando decidiste llamar a la policía ¿Correcto?.
Cesar volteó a verla, para después mirar alrededor. De pronto, y sin decir nada, salió corriendo hacia la puerta, en un claro intento de escapar. Cuando pasó junto a mí, mi única reacción fue abrazarlo fuertemente, con lo que lo detuve en seco.
Para mi mala fortuna, uno de sus brazos seguía libre, por lo me propinó un golpe directo a la cara. El impacto me tiró de espaldas, por lo que tuve que soltarlo. Afortunadamente, ya lo habían podido sujetar, según alcancé a ver, pues el puñetazo me dejó en no muy buenas condiciones.
- ¿Estás bien? - Preguntó Isabel, con gesto preocupado, mientras me ayudaba a levantarme. Yo sentía sangrar mi nariz, pero al parecer, no me la había roto.
- Todo bien, gracias.
Me tomó cuidadosamente por el brazo y me incorporó totalmente. Entre el bullicio y la confusión, salimos de la casa en silencio, como había sido su estilo desde siempre.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Una coartada destruida

Todos nos quedamos de una pieza. Sin saber que hacer. Isabel se limitó a sonreír y, tranquilamente, puso la caja sobre la mesa. Tras de ello, vio a Cesar fijamente, y dijo casi como de pasada.
- Sé que esa sorpresa no la actuaste Cesar, pero no fue tanto por preocuparte por mí, sino porque sabías que te habían descubierto. ¿O no es así?
Cesar estaba pálido, y no respondió nada. Isabel sonrió, y volteó a vernos con una sonrisa de triunfo.
- La mente humana suele guiarse por lo más evidente, al grado de dejar pasar detalles que lo descalificarían. La presencia de una aguja, y el olor a almendras, inmediatamente nos sugirió cianuro, y todos lo dimos por un hecho. Sin embargo, sabemos que estos juguetes suelen apuntar a la uña, e incluso con un alambre con más filo, el daño sería mínimo. Y si a ello le sumamos que no es una aguja hueca, las posibilidades de envenenar a alguien así son minúsculas, pero eso no importa, pues no fue ese el método usado.
Hizo una pequeña pausa y, caminando hacia el fregadero, tomó la taza aún húmeda.
- Cuando nos narró los hechos, Cesar nos dijo que había venido a prepararle el café a su tío, y fue entonces que lo escuchó caer. Sin embargo, cuando llegué la taza estaba recién lavada, algo que no concordaba. Nadie pondría tanto cuidado en lavar la taza, con riesgo de destruir su coartada, a menos de que algo le preocupara. En realidad, estaba borrando la verdadera evidencia.
- Todo apunta a que el único heredero de la fortuna de tu tío serías tú, y obviamente, siendo su secretario estarías al tanto de muchas cosas. Pero el ver como el dinero que considerabas tuyo se iba haciendo cada vez menos por los gastos que realizaba en viajes, publicaciones y compra de juguetes. Te comenzaste a preocupar, y fue que decidiste tomar cartas, y de forma definitiva.

domingo, 2 de noviembre de 2008

El porqué

La seguí hasta la cocina nuevamente, donde aún estaba Cesar. Ella se sentó frente a él y lo vio directamente a los ojos.
- Cesar, necesito que por favor me hables de la familia de tu tío, y de la gente que trabajaba para él.
- Pues yo sería la respuesta a las dos preguntas. Bueno, está mi papá, que es su único hermano. El fue el que le pidió que me diera trabajo.
- Vaya, muy bien ¿Y por qué de secretario?
- Bueno, pues es que no he tenido suerte en la escuela, y mi papá decidió que si ya no quería estudiar, buscara algo qué hacer.
- ¿Y tu tío estaba en condiciones de pagarte un trabajo?
- ¡Claro!, él tenía un dineral, tan es así que se la pasaba viajando por todo el país, comprando cuanto juguete encontraba, y editando lo que él solo escribía.
- Bien. Ahora, el hombre que vino a dejar el juguete ¿Cómo era?
- Era viejo, moreno, muy delgado, sombrero de paja, con barba corta y desarreglada, y ojos obscuros y hundidos.
- Encontrar una persona así entre los jugueteros será algo difícil ¿Tú conoces a algunos?
- Conocerlos no, pero yo manejaba sus citas y agenda, así que se podría encontrar a algunos. Pero a muchos de ellos los veía en algún pueblo, les compraba alguna cosa, y no volvía a verlos. Así que no habría forma de dar con todos.
- Bueno Cesar - dijo Isabel con una sonrisa, mientras guardaba en su bolso el labial con el que estuvo jugando durante toda la plática - creo que me diste la solución. Ya tengo a mi culpable.
De pronto, y sin decir nada más, sacó del mismo bolso la caja y, sin darnos tiempo a reaccionar, jaló la tapa. La pequeña aguja salió disparada, rasguñándole la uña ligeramente.
Yo me quedé auténticamente paralizado de terror.