jueves, 29 de marzo de 2012

Crimen pasional

Trabajar con Isabel Betancour era prácticamente una jornada como cualquier otra, pues aunque todo lo realizaba en su casa, tenía un horario bien establecido y, aunque no estaba en una nómina como tal, tenía ciertas prestaciones. Pero del mismo modo, de repente se me exigían algunos sacrificios, como en la ocasión que pasaré a relatar ahora.
Eran quizá las tres de la mañana, y yo estaba durmiendo en casa. Isabel ya anteriormente me había pedido que nunca apagara el celular, pero en varios meses que llevaba trabajando con ella, nunca había sido necesario. Por ello, el escuchar el sonido del timbre a esa hora de la madrugada de sobresaltó bastante.
 - ¿Julio? - reconocí de inmediato su voz - discúlpame por la hora, pero tenemos algo que hacer. Paso por ti en 20 minutos, por favor espero que estés listo.
Me vestí apresuradamente, y mientras tanto, comencé a escuchar la lluvia que caía de forma torrencial en el exterior. Así que en cuanto vi el auto en la ventana, salí corriendo rápidamente, para evitar mojarme.
 - Hola Julio - me dijo apenas de reojo - perdonarás la hora, pero tenemos un secuestro entre manos, y si nos apuramos, aún podemos hacer algo.
 - Un secuestro - repetí casi automáticamente, tratando de imaginar qué podríamos hacer - ¿Ya se comunicaron para pedir el rescate?
 - Ese es el mayor problema, posiblemente no haya rescate.
Nos detuvimos en una casa por el Centro de Tlalpan, que había sido acondicionada para servir como oficina. Cuando llegamos, el lugar estaba acordonado, y un policía tomaba declaración a una mujer, que sollozaba. Cuando llegamos, el oficial nos trató de detener, pero bastó mencionar el nombre de Ortega para que se nos permitiera pasar. El policía dejó a la mujer sentada en uno de los sillones, y se dirigió a nosotros con cierta pesadumbre.
 - Pues mire señorita, el desaparecido es un tal José Miguel Barrios, y tenía un despacho en esta casa. Cuando no llegó a su casa, no contestaba las llamadas, su esposa vino para acá, y encontró la puerta forzada. Fue que nos llamó, y llegamos a atender el problema.
 - ¿Encontraron algo importante?
 - Si señorita, estaba esta nota pegada a a silla, o cuando menos eso dijo la señora. Estaba puesta para que no hubiera posibilidad de que pasara desapercibida.
Isabel tomó el papel, leyéndolo cuidadosamente. Después de un rato, me lo pasó en un rápido movimiento de muñeca.
 - A ver Julio, tu opinión.
La carta estaba escrita en una hoja de impresora, con tinta negra. La letra era indudablemente femenina, aunque en lo irregular del trazo era notorio el nerviosismo de quien la escribió:
Mil perdones. Sé que no debo de hacer ésto, pero amo a este hombre, desde la primera vez que lo conocí. Traté de convencerlo de que dejara todo, y viniera conmigo, pero él aseguró ser feliz con su esposa. Es por eso que me decidí a hacer ésto: él será mío quiéralo o no, pues ya tengo una hermosa casa para vivir una vida felices, viendo el atardecer frente al mar.
De nuevo mil perdones.
- Realmente increíble - musité perplejo.
 - Totalmente. Pero bueno, si queremos hacer algo rápido, lo mejor es que comencemos a hacer averiguaciones, y sugiero que primero hablemos con la esposa.

martes, 27 de marzo de 2012

Redes sociales

Cuando llegamos, Bátiz y Ortega nos estaban esperando en la oficina. El empresario se notaba algo nervioso, pero realmente no de forma extremada. Nos saludó de forma abierta, antes de sentarse en la silla que antes fuera de Larraizar
 - Adelante, me dijo el Señor Ortega que necesitaba mi ayuda para dar con el asesino. Espero que no sea algo demasiado arriesgado.
 - Claro que no - respondió mi jefa mientras ponía su laptop en la mesa - en realidad es algo muy sencillo, pero voy a necesitar que ingrese a su cuenta de Facebook, es ahí donde encontraremos al culpable.
Abrió la máquina y apuntó a la misma, y noté que estaba abierta desde antes en la página de Pro-Tauro.
 - Esta es la persona que los ha estado buscando, y quien le aseguró que tenía información importante sobre lo que hacían.
tomó el mouse y lo pasó lentamente por la pantalla, mostrando una serie de imágenes, todas bastante cruentas, de sobre el maltrato a los toros. Además de ello, el lugar estaba sembrado de artículos en donde quedaba de manifiesto la crueldad de la fiesta. Eb prácticamente todas ellas, Larrainzar estaba etiquetado dentro de las mismas, y él siempre daba la misma respuesta "Pero el público seguirá viniendo, y no puedes hacer nada".
 - Bueno, entonces creo que tendré que explicarle que hará desde su cuenta señor Bátiz
 - Pero Señorita Betancour, yo no tengo Facebook.
 - Claro que no, de otro modo se hubiera dado cuenta que las pruebas que Pro-Tauro tenía sobre sus actividades eran éstas, y no las que usted pensaba. Debe ser desesperante ver como su socio parecía no darle importancia.
El rostro de Bátiz palideció de golpe.
 - La evasión de impuestos es, de entrada, ilegal, pero permite esconder otro tipo de delitos sin problema. Ustedes les pagaban a los toreros la mitad en recibos, y la "mitad" en compensaciones. Pero claro, las mismas estaban infladas hasta cuatro o cinco veces más de lo que realmente les daban, y todo ello iba a sus bolsillos. Obviamente, esperaban que ninguno de ellos hablara de esta irregularidad, pues eso los comprometía también, así que estaban literalmente limpios. Pero claro, siempre habrá un problema.
Para ese momento, Bátiz sólo la miraba sin emitir palabra, aunque sus manos estaban aferradas firmemente al escritorio.
 - Cuando leyó la carta de Pro-Tauro, obviamente se imaginó lo peor, y trató de hablar con Larraizar. Pero su aparente desinterés hizo que perdiera el control, y acabó matándolo. Claro, una vez que recuperó la conciencia, se dio cuenta de que tenía que alejar sospechas, y nada mejor que inculpar a sus detractores. Una espada bien colocada, y era claro que todo fue una venganza. Aunque claro, el cómo una muchacha de menos de 60 kilos de peso, que usted no conocía, podía clavar una espada con tal fuerza, no le preocupó en ese momento...
 - ¡Perra! - alcanzó a gritar Larraizar, arrojándose contra Isabel, sus manos abiertas, buscando su cuello. Ortega y yo estábamos listos para actuar, a pesar de que el movimiento nos tomó por sorpresa. Sin embargo, un movimiento rápido de Isabel colocó su rodilla certéramente en su entrepierna, lo que lo hizo caer al suelo revolcándose de dolor.
 - Pues bien señor Ortega, por si no había elementos necesarios, puede sumar intento de homicidio.
Tomó su bolsa tranquilamente y miró a Ortega.
 - Con su permiso, tenemos aún trabajo que hacer. Gracias, y hasta luego.

jueves, 22 de marzo de 2012

Facturas pendientes

Cuando salimos de la Universidad, Isabel tenía esa sonrisa amplia y confiada que suele mostrar cuando va sobre una pista correcta. Sin embargo, como era su costumbre, no solía darme muchos detalles, aunque la parte de Facebook me había dejado lleno de curiosidad. Estuve dudando mucho tiempo en preguntarle cual era la relación pero, cuando por fin me iba a decidir, ella rompió el silencio de golpe.
 - Julio, entre las fotos que tomé de los documentos, debe de haber una de un recibo de pagos ¿Me los puedes mostrar? o sólo dame la dirección que aparece ahí.
 - Busqué en el sobre que traíamos, y entre todos los documentos que había seleccionado - no los llevaba todos - venían dos recibos de honorarios, ambos a nombre de Antonio Contreras. Aunque mis conocimientos de tauromaquia eran prácticamente cero, recordaba el nombre de la misma noticia del asesinato, pues al parecer había sido la última persona que había visitado la oficina. Él era un torero de cierto reconocimiento, y cuya carrera, según pude investigar, iba a la alza, pero no se había hecho todavía de un nombre importante. Su casa, de hecho, era un departamento medianamente elegante, pero no muy lujoso. Nos recibió con cierta desconfianza, pero sin reticencias. La sala, tal y como me imaginé, estaba llena de todo tipo de decoraciones taurinas, en lo que al parecer era un gusto compartido de todo ese gremio.
 - Bueno señor Contreras, imaginará que es lo que me trae aquí.
 - Supongo - dijo algo nervioso, pero hasta cierto punto resignado. Si bien era un hombre claramente culpable, no se veía como alguien que hubiera sido descubierto en un homicidio.
 - Bien, entonces hablemos de esas "bonificaciones"
 Yo alcé la ceja, sin saber de que hablaban.
 - Bueno señorita, ya sabe. La cantidad de impuestos que uno puede pagar pueden ser bastantes, y Larraizar me propusó una opción. Mi recibo sería por la mitad de lo que él me pagaba, y lo demás me lo daría como "bonificación". Lo sé, eso es ilegal, pero bueno, dejé que me convencieran...
 - Entonces ¿Su recibo es por la mitad de lo que le pagaban? ¿Exactamente?
 - Quizá no exacto, unos pesos más o menos, pero muy cercano.
 - Mire caballero, tal y como le dije al teléfono, yo puedo ayudarlo a que se regularice, sólo para agradecerle su ayuda.
Cuando salimos, su rostro se veía especialmente brillante, y era claro que tenía ya la solución.
 - Bueno mi estimado Julio, creo que el siguiente paso es descubrir al criminal. Pero tenemos que ser muy discretos. Llámale a Ortega y dile que nos vemos en la oficina de Bátiz, necesitaré que me ayuden para dar con el culpable.

jueves, 15 de marzo de 2012

Animalismo

A pesar de que la educación que estaba recibiendo por parte de Isabel estaba al nivel de la de cualquier carrera profesional, y mucho más extensa, el hecho de no haber sido nunca universitario si me pesaba sobremanera, por lo que nuestra visita a la UAM Xochimilco no dejó de imponerme un silencioso respeto. Isabel, sin embargo, se movió con soltura, dirigiéndose a la cafetería del plantel y, tras de revisar el lugar cuidadosamente con la mirada, se acercó sin dudar a la mesa donde una muchacha joven esperaba sola.
 - ¿Adriana? - preguntó más buscando una confirmación que por verdadera duda - Yo soy Isabel Betancourt, hablamos el día de ayer.
 - Si, claro, tomen asiento - La chica sonreía nerviosa, viéndonos las caras con cierta sospecha, pero sin perder el aplomo.
 - Tal y como te comenté en el teléfono, queríamos hablar de la serie de cartas que habías mandado con frecuencia a las oficinas de Larraizar. Tengo entendido que tú eres la representante de Pro-Tauro.
 - Si, lo soy - respondió más segura - Somos de un grupo de animalistas, que nos oponemos a la barbarie que ese hombre realizaba.
 - Me interesó hablar contigo porque, en una de las cartas, mencionan que tienen elementos para hacerlos detenerse, y alguien subrayó específicamente esa parte ¿De qué hablaban?
 - Si piensa que se trataba de extorsión señorita, está muy equivocada, eran firmas, opiniones de diveras publicaciones, estudios... Material con el que podíamos refutar todos los argumentos taurinos.
 - ¿Y recibieron alguna respuesta de él?
 - Nunca de Larraizar, tan sólo de Bátiz. Y se limitaba a argumentos sobre la supuesta "tradición" y "cultura", nada que realmente tuviera bases.
 - ¿Y sobre la última carta? ¿Alguna respuesta?
 - No, ninguna, aunque como generalmente demoraban en volver a escribir, no lo vi extraño.
 - Muchas gracias Adriana, nos has sido muy útil. Por cierto, es admirable lo que hacen en Pro-Tauro, tuve oportunidad de verlo en Facebook.
 - Gracias señorita. Pero puede creerme, yo odiaba lo que hacía ese hombre, pero nunca lo hubiera matado.
 - No te preocupes, daremos con el culpable.
 Mientras nos dirigíamos al coche, no pude dejar pasar la oportunidad de preguntarle algo, pues uno de sus comentarios me sorprendió.
 - ¿Tú tienes Facebook?
 - Claro, y debo decirte que, en algunos casos, y si estoy correcta, puede ser la diferencia entre la vida o la muerte. Pero apresúrate, que tenemos otra persona a quien ver.

viernes, 9 de marzo de 2012

Armando el rompecabezas

Tras de revisar un poco más el lugar - en el particular estilo de Isabel - volvimos a la oficina durante el resto de la tarde. Durante un par de horas, no dijo ni una sola palabra, pues se limitó a revisar las fotos de los documentos con un cuidado muy especial, releyéndolas con cuidado. Mientras tanto, yo estaba nuevamente acomodando los archivos, que era mi trabajo habitual, pues sabía que, mientras su lapiz labial estuviera subiendo y bajando, lo mejor era no interrumpirla. No fue hasta que terminó de leer, que por fin rompió el silencio.
- ¿Notaste algo en especial en la oficina?.
A pesar de que ella solía soltar las preguntas al aire sin aviso, me pescó de sorpresa la súbita ruptura del silencio.
- Pues no realmente, como ya se habían llevado el cadáver, imaginé que ya no habrían muchas pistas importantes.
- Error Julio, muchas veces la explicación de un crimen puede estar en objetos anteriores al mismo. Quizá te diste cuenta que el móvil no fue el robo.
- No, claro que no, había muchas cosas muy valiosas en toda la oficina, y nada faltaba.
- Exacto. un equipo para iPod, televisión, un par de esculturas de bronce de toros, de excelente gusto, pero quizá no te percataste de algo...
Yo me limité a verla con una mirada de interrogación, pero no tuve que esperar mucho.
- Todo era nuevo. Si pudiste darte cuenta, los muebles, la decoración y otros aspectos del lugar tenían la apariencia de ser de hace mínimo 30 años, pero varias otras cosas contrastaban enormemente, pues todas ellas lucían de menos de dos meses de haber sido adquiridas. El contraste era demasiado obvio, me extraña que no te dieras cuenta.
Curiosamente, cuando ella mencionó ese punto, las cosas me resultaron más claras, incluso aunque ya habíamos dejado la oficina hace varias horas. Obviamente, todas esas cosas habían llamado mi atención, desde el momento en que todas estaban puestas para lucirse. Sin embargo, hasta que no mencionó ese punto Isabel, caí en cuenta que tenía toda la razón.
- Julio, necesito que, antes de que te vayas, me consigas una biografía de Larraizar, lo más completa que puedas. En especial, céntrate en su infancia. Yo necesito hacer algunas llamadas. Y prepárate, porque mañana posiblemente vayamos a tener una gran cantidad de entrevistas.
Asentí discretamente, y me dirigí a pila de periódicos que teníamos en la oficina. Nos esperaba un día agitado, pero precisamente de los que me gustaban.

martes, 6 de marzo de 2012

En la escena

La oficina de Larraizar se veía tal y como la pude apreciar por primera vez en la foro del periódico, aunque ya una vez estando ahí, pude apreciar la magnitud de la misma. Cuando llegamos, el lugar aún estaba cerrado, y en la entrada, junto al policía que hacía guardia, había un hombre alto, delgado y de mediana edad, que lucía muy impaciente.
- Gracias a Dios que llega licenciada - dijo en cuanto vio llegar a Isabel, dándole la mano en forma rápida y segura - todo lo que necesitamos para trabajar está ahí dentro, y mientras nadie pueda entrar, estamos totalmente detenidos.
- Mucho gusto - le respondió ella, mirándolo con cuidado - Usted es...
- Disculpe usted, José Antonio Bátiz. Soy administrador de la ganadería, y socio del Señor Larraizar.
- Entiendo su preocupación señor Bátiz, le garantizo que en cuanto terminemos con lo que haremos en este momento, volverá a tener la oficina para lo que requiera.
- Mil gracias, adelante
En cuanto pasamos al interior, Isabel se me acercó un poco y me musitó discretamente al oído
- Para alguien que acaba de perder a su socio en un homicidio, está demasiado preocupado por volver al trabajo.
- A mí también me pareció, la cuestión es saber porque quería matarlo.
- Cuidado Julio, sólo digo que me parece sospechoso, no que él haya sido. Estamos aquí para tratar de esclarecerlo.
- Sobre la mesa encontramos una serie de folders, puestos debidamente en las bolsas para pruebas, pero dejados ahí exprofeso. Ya conocía lo suficiente del procedimiento judicial como para saber que eso era extremadamente irregular, y a lo que Ortega se exponía con ello. Sin embargo, parece que era mucho más l oque tenía que ganar, por lo que podía darse el lujo de tomarse esas libertades.
Isabel se colocó los guantes y fue tomando los archivos uno por uno, revisándolos con cuidado.
- Julio, pásame la cámara por favor, que aquí hay un par de cosas muy interesantes.
Acomodó varios documentos sobre la mesa, y fue observándolos con cuidado. Yo le pasé la pequeña cámara digital que siempre lleva entre sus cosas, y traté de ver de que se trataba, mientras ella tomaba fotos rápidamente, pero con cuidado. Lo único que alcancé a ver fue una carta con el logo de una empresa o grupo llamado Pro-Tauro, aunque no pude apreciar nada más.
- Bueno - dijo tomando su celular - Creo que podemos avisarle a Ortega que terminamos nuestro trabajo aquí. Ya podrán pasar a recoger las pruebas y permitir que Bátiz entre de nuevo a su oficina.
- ¿Ya sabes quién lo hizo? - le pregunté curioso, acostumbrado a la rapidez de sus conclusiones.
- No, pero ya sé donde tendremos que seguir preguntando.