lunes, 28 de abril de 2008

La escena del crimen

Isabel entró prácticamente sin problemas, saludando a todo mundo de nombre, mientras los agentes le abrían paso materialmente. Yo la seguía algunos pasos atrás, aún inseguro de todo ello. al entrar a la habitación, ella mantuvo su porte seguro, pero yo me quedé de pie, estupefacto.
El departamento había sido de un sólo cuarto, aunque por lo poco que quedaba, se ve que fue elegante en su momento. Restos calcinados de muebles se amontonaban por todos el lugar, mientras que en medio, como centro de atención, estaba lo que en su momento fue una cama. Sobre ella, los restos calcinados de una persona hicieron que me parara en seco, demasiado impresionado para hacer algo. Junto al lugar, Ortega y otro par de oficiales veían el cuerpo con cuidado, pero cuando mi jefa llegó a ellos, el Comandante le sonrió, saludándola afectuosamente.
- Julio, acércate. Es mejor que te vayas acostumbrando.
Me dirigí hacia ellos con paso nervioso, mientras que Isabel había ya sacado el labial del bolsillo de su abrigo. Yo a estas alturas ya me había percatado de que era una suerte de ritual para ayudarla a concentrarse. Veía el cuerpo con atención, fríamente, en silencio. El cuerpo se veía aún húmedo, obviamente por la labor de los bomberos, pero fuera de eso, nada llamaba mi atención. Cuando llegué a una distancia prudente fue que pude oír a Isabel, haciendo preguntas de forma directa, breve.
- Me decías que las tarjetas de crédito y la credencial de elector estaban en el lavabo.
- Efectivamente, y lleno de agua. Todo pertenecía a Gomera.
- Entonces no hay duda de que es él... ¿No?
- Así es. Además, ve con cuidado, tiene muestras de haber sido torturado.
Ortega señaló a los dientes, destrozados totalmente con un martillo, que aún estaba al lado del cuerpo, el mango totalmente calcinado.
- Y entonces crees que lo hicieron los hombres de Treviño.
- En este caso, es más probable que él lo haya hecho personalmente. Es muy joven para ser un capo, y está en una excelente condición, siendo un excelente peleador con armas o cuerpo a cuerpo. Y no sería la primera vez que maneja algo personalmente, y más siendo la traición de un amigo cercano.
- Y realmente hubo saña, pero imagino que ya lo notaron
Sin tocarlo, pero señalando con la uña, fue apuntando cada parte según la mencionaba.
- Las yemas de los dedos destrozadas, al parecer con pinzas de electricista. La cara y los dientes destrozadas a martillazos. Una puñalada en el abdomen y... vaya, vaya...
Isabel se quedó viendo con atención el cadáver, pero se mantuvo en silencio.
- ¿Tienen las señas particulares de Treviño?. Necesito saber si tiene alguna seña particular, digamos alguna marca o tatuaje.
- Pues si, tiene una, la Santa Muerte en el antebrazo derecho.
Isabel se quedó completamente silenciosa, el labial entrando y saliendo de su estuche rápidamente. De pronto, volteó a verme con una sonrisa y me dijo
- Julio, quiero hablar contigo antes de darle mis conclusiones al Comandante, me gustaría que aprendieras algunas cosas.
Poniéndome el brazo en el hombro, me alejó ligeramente de la cama, con una amplísima sonrisa. Yo estaba aún demasiado confundido para decir algo, pero ella parecía tener todo bajo control.

sábado, 26 de abril de 2008

Mi primer caso

Como mencioné anteriormente, un martes a media tarde, recibí una llamada del Comandante Ortega. Al parecer, tenía bastante urgencia por hablar con Isabel, así que lo comuniqué de inmediato. Prácticamente desde que tomó el auricular escuchó con atención, la mirada fija. En cierto momento, deslizó la mano a su bolso y sacó su labial, y comenzó a sacarlo y meterlo a intervalos. Prácticamente no hablaba, sólo algún ajá, claro o interesante. Tras de unos diez minutos, se puso de pie de golpe, y murmuró con voz firme.
- No mueva nada, vamos para allá.
Se dirigió hacia mí y, sin entrar en detalles, me dijo en forma autoritaria
- Toma el Atlas de Medicina Legal y Forense de Font Riera, y te espero en el coche, vamos a salir.
El auto de Isabel era un Maverick Comet modelo 74, color aceituna. A pesar de
que era un modelo bastante antiguo, se movía perfectamente, y estaba en un estado envidiable. Yo tomé el libro de la repisa y subí al asiento del copiloto, mientras que Isabel me esperaba ya frente al volante.
- ¿Has oído hablar de Rafael Gomera?
Ruborizado, no me quedó otra que aceptar mi ignorancia.
- No te preocupes Julio, el caso se dio a conocer hace tres años, y no se sabía gran cosa de él. Un caso bastante interesante. Gomera era un gatillero, que trabajaba para la familia Treviño, narcotraficantes. Era incluso el segundo de Sergio Treviño, la cabeza del cártel.
- ¿Y porqué es tan importante? - pregunté, realmente interesado.
Hace tres años, escapó con una fortuna, perteneciente a Treviño, y se comunicó con la Federal. Ofreció testificar contra su ex-jefe si le daban inmunidad, pero exigía también poder quedarse con el dinero robado. Cuando no accedieron a sus demandas, simplemente desapareció.
- ¿Y qué tiene que ver todo eso con nosotros?
- Que posiblemente encontraron ya a Gomera, aunque por lo visto, parece que no podrá testificar mucho.
Iba a preguntar de que se trataba, cuando se acercó a un camión de bomberos, que esperaba frente a una pequeña casa. El lugar estaba prácticamente ennegrecido en su totalidad, y varias patrullas rodeaban el edificio. Ella se estacionó con gran destreza, y volteó a verme con una sonrisa.
- Sígueme Julio, y trae el libro, que voy a necesitar de tu ayuda.
Ella entró al lugar a grandes zancadas. Yo me rezagué un poco, asegurándome que todo quedaba bien cerrado, y la alcancé corriendo.

Trabajo policiaco

Fue hasta el lunes siguiente que volví a verla, aunque yo aún seguía intrigado. Cuando llegué al trabajo, ella estaba en su escritorio, tomando notas, frente a una taza de café cuyo vapor era visible desde que uno entraba a la habitación.
- Buenos días Julio ¿Aún intrigado por lo del viernes?
- Pues honestamente, sí - Ya realmente no se sorprendía esa capacidad de observación suya, que a veces hacía a uno pensar que podía leer mentes - No sabía que trabajara también para la policía.
Ella rió de forma abierta,estridente, pero con una risa clara y cristalina.
- No es exactamente que trabaje con ellos. Es que siendo más joven, estuve como secretaria en un Ministerio Público, y de ahí, me hice de algunas amistades. A sí que digamos que sólo ayudo al Comandante Ortega cuando él se topa con algo que lo intriga demasiado.
- Algo así como un Batman
- No exactamente - volvió a reir, divertida - Yo prefiero verme como otro personaje distinto - Se levantó y tomó un libro pequeño de su librero, y me lo dio en un solo movimiento. El título era El Estudio en Escarlata - Leelo, te lo regalo. Te va a gustar.
A partir de ese día, Isabel pareció tomarse un especial interés en educarme, regalándome o prestándome libros de los más diversos, y aprovechando los pequeños momentos durante el trabajo para comentarlos. Si he de ser honesto, al principio los leia por obligación, como una parte del trabajo. Pero después, comencé a tomarle el gusto.
Durante toda la siguiente semana, con todo lo que había por hacer, realmente olvidé todo el asunto del Comandante Ortega, pero el siguiente martes, tendría ocasión de ver qué tan profunda era la ayuda que Isabel le proporcionaba a su amigo.

domingo, 20 de abril de 2008

El comandante Ortega

Una vez que se hubo terminado la crítica y las lecturas, se comenzaron a formar grupos de conversación más o menos separados, en donde Isabel iba de uno a otro con una soltura sorprendente. Sin embargo, en un cierto momento el Comandante se acercó a ella y, discretamente, le pidió la oportunidad de hablar a solas. Ella sonrió con amplitud y, disculpándose se apartó hacia el otro lado de la habitación. En un principio, imaginé que existiría alguna cuestión romántica entre los dos, pero observando de lejos, la impresión que me daba era muy distinta. Ella sólo lo escuchaba con atención, los ojos fijos en él, mientras él le contaba algo con seriedad. De pronto, ella se llevó la mano a la bolsa y sacó un labial, pero no se retocó los labios: sólo estaba de pie, en silencio, bajando y subiendo la barra carmesí, en actitud meditabunda. Yo tomé una charola de bocadillos e, impulsado por la curiosidad, me acerque a ellos.
- Una cosa es segura Comandante Ortega - alcancé a escuchar mientras me acercaba - creo que sabemos la patada que tiene un arma como esa. Además una persona ebria necesariamente tendrá un pulso irregular y muy poca fuerza. Si el hombre estaba borracho como sostiene, es imposible que los tres tiros hayan quedado uno tan cerca del otro. De acuerdo a mi punto de vista, no sólo estaba sobrio, sino que se dio oportunidad de apuntar con cuidado. Después, nada más fácil que vaciar una botella de ron para tener el estado de ebriedad que necesitaba.
El hombre tenía los ojos muy abiertos, como sorprendido de que eso no se le hubiera ocurrido antes. En ese momento, interrumpí ofreciendo algunos de los bocadillos.
- Gracias Julio. Comandante Ortega, el es Julio Rodríguez, mi nuevo asistente. Julio, él es el Comandante Ortega, un viejo conocido y un gran amigo.
Los dos nos sonreímos, yo con cierto nerviosismo. El me dirigió la mirada franca y abierta y me estrechó la mano con seguridad. Yo musité una fórmula de cortesía y me alejé, ofreciendo los bocadillos. Por lo visto, esa mujer no iba a dejar de sorprenderme.

sábado, 19 de abril de 2008

Labor intelectual

Bastó sólo una semana para darme cuenta que el trabajo iba a ser muy interesante, pero no sencillo: Si bien Isabel no era millonaria, su difunto esposo le había dejado recursos suficientes para vivir sin problemas, lo cual, en su caso, no significó que que se dedicara a la holganza. La biblioteca de esa casa pondría en ridículo a más de una escuela, y los temas que se abordaban eran tan variados, que era difícil imaginar que todo perteneciera a una sola persona. Isabel publicaba una pequeña revista literaria, colaboraba para un par de publicaciones - sin cobrar un centavo - y daba clases particulares de prácticamente todos los temas y a todos los niveles. De hecho, sólo el que todos sus conocimientos fueran autodidactas le impedía poder ser catedrática universitaria, aunque seguramente sobrepasaba a más de uno de los profesionales.
A pesar de esa inclinación académica, Isabel no descuidaba otros aspectos. Parte de la casa la ocupaba un pequeño gimnasio, en donde ella pasaba un par de horas al día. Por ello, no sólo tenía un cuerpo que sería la envidia de cualquier quinceañera, sino que tenía una condición envidiable. Verla cargar cajas repletas de libros como quien lleva una charola de comida era un espectáculo en sí mismo.
Mi trabajo consistía básicamente en llevar en orden ficheros, archivos de notas, recortes de periódicos y CD-Roms, además de mantener un surtido de material de papelería. Para el viernes en la noche, sin embargo, las cosas cambiaron, pues tuve que coordinar algo un poco más complejo: una tertulia literaria.
Para los que no conozcan una de esas reuniones, es sólo un grupo que se junta con cierta frecuencia - en el caso de éste, una vez al mes - a leer diversos textos y comentar los mismos. La parte más mundana, que era tener galletas, tes, café y bocadillos, quedó en manos de Josefa, la señora que la ayudaba con la limpieza. Mi trabajo iba a ser localizar algunos textos, cuyas fichas me había dado Isabel, y servir como una suerte de mesero y secretario durante la noche.
Los invitados que llegaron no me sorprendieron, o más bien casi no. Casi todas ellas eran damas de sociedad o jóvenes de aspecto afeminado, nada que yo no esperara. Sin embargo, un poco más tarde arribaría un hombre de tipo recio, alto y facciones duras, aunque impecablemente arreglado, a quien Isabel se refería como El Comandante.
Realmente no recuerdo lo que se leyó en esa primera reunión, pues en aquel entonces mi sentido literario aún no había sido pulido, y sólo escuchaba yo una cháchara sin sentido. Fue más tarde, cuando se pasó de la cuestión intelectual a la plática más relajada, que algo llamó mi atención, y cuando descubrí otro de los pasatiempos de Isabel, quizá el más extraño de todos.

talentos inesperados

Realmente estaba yo demasiado confundido para preguntar algo. Ella pareció intuir mis dudas, por lo que dedicándome una sonrisa condescendiente, comenzó a despejarlas.
- Como dije en el anuncio, solicitaba a alguien honesto, organizado, cuidadoso, observador, con iniciativa y deseos de aprender, y tú llenas todos esos requisitos
- ¿Y cómo sabe? - alcance a balbucear
Volvió a sonreír de esa misma forma entre maternal y autosuficiente que, después descubriría, le era característica, y comenzó a explicarme.
- Cuando entraste, veías cada una de las piezas con cuidado, y curiosidad, pero sin codicia. Eso habló bien de ti. El quitar los libros de la silla no era mucho mérito, pues de otra forma no hubieras podido sentarte, pero no los pusiste en el suelo, lo cual me habla del cuidado que le das a las cosas. Descubriste el librero vacío, lo que habla de tu capacidad de observación, y el que los colocaras en el mismo, me demostró que eres organizado. Y en cuanto a la honestidad...
se acercó al escritorio y, con sus dos dedos, levantó un largo cabello rojo de encima de los papeles, sonriendo maliciosa.
- El que no hayas revisado los papeles habla muy bien de ti

Tomó asiento frente al escritorio, y me miró a los ojos directamente, sin titubeos.
- Muy bien, la limpieza de la casa la maneja una señora que me hace el favor de ayudarme, pero hay cosas que requieren de una mayor atención. Ya sabes, llevar notas, manejar archivos... Y creo que es algo que bien podrías hacer tú. No te preocupes, Yo me encargaré de irte enseñando, pero si voy a necesitar que haya compromiso de tu parte. ¿Cuento entonces con tu presencia el día de mañana?
- Claro señora, aquí voy a estar
- Olvídate del señora, es muy formal, llámame Isabel. Pero eso sí, por ningún motivo vayas a decirme Chabela, Chabelita y mucho menos Doña Chabe.
Me sonreí junto con ella. Yo estaba tranquilo en ese momento, pero cuando salí, fue que comencé a preocuparme. Toda mi experiencia se reducía a lo que había aprendido en la escuela, y algunos meses como ayudante de mecánico. Pero por otro lado, esa mujer me intrigaba, y estaba seguro de que, de una forma u otra, ese nuevo trabajo iba a ser sumamente interesante.
No imaginaba yo hasta que punto iba a serlo.

sábado, 12 de abril de 2008

Mi nueva jefa

La casa a la que llegué lucía elegante, pero se veía a leguas que ya había pasado por sus mejores días. Era uno de esos viejos caserones estilo art-deco tan usuales en la Colonia Roma, aunque claro, en aquel entonces no tenía ni idea de lo que era art-deco, pero bueno, estoy divagando. llegué a la casa temprano, tal y como lo solicitaba el anuncio, sin saber que esperar. Al tocar la puerta, me abrió una mujer de apariencia madura, en la última mitad de los cuarentas, pero sumamente atractiva. No tenía apariencia de ser un ama de casa, pues vestía un traje sastre especialmente elegante, maquillaje discreto pero que resaltaba las facciones de su rostro, y una cabellera roja, larga y bien cuidada. Al verme, sólo sonrió de manera franca y abierta.
- Buenos días, soy la señora Betancourt, e imagino que vienes por el trabajo ¿O me equivoco?
- Pues si señito, me llamo Julio Rodríguez, venía por lo de asistente general.
- Un placer Julio, pasa
Me guió dentro del lugar, grande y bien arreglado. Lo que llamó mi atención en el primer momento fue la cantidad de cuadros y figuras en los muebles y paredes, que en ese momento, para mí lucían sólo raros. Luego sabría que eran muestras artesanales de prácticamente todos los rincones del mundo. Yo no trataba de ocultar mi curiosidad, y veía alrededor como si fuera un museo. La señora me miraba de reojo, con una sonrisa amplia.
Llegamos hasta su estudio, que de inmediato llamó mi atención. A diferencia del resto de la casa, se veía totalmente caótico. Lleno de libros puestos en desorden, en auténticas pilas en el suelo y las sillas. Ella me hizo pasar, pero se quedó en la puerta.
- Bien, te haré algunas pruebas, pero necesito ir por unos papeles. Toma asiento, que en un momento estoy contigo. Toma asiento.
Yo sólo asentí con la cabeza y asentí. La silla que estaba frente a su escritorio tenía varios libros, así que los quité para sentarme. El problema es que las demás pilas eran demasiado altas, y ponerlos ahí arriba las desequilibraría tremendamente. Pensé en ponerlos en el suelo, formando una nueva columna. Estaba a punto de hacerlo cuando alcancé a ver un espacio en uno de los libreros que, curiosamente, estaba libre. Tomé el paquete y, sin fijarme realmente como, los coloqué en el espacio, y entonces me senté. Pocos minutos después, volvería la señora Betancourt, con algunas tarjetas en su mano. Al entrar, vio el cuarto alrededor, con atención, y luego miró con atención el escritorio, lleno de papeles y libros. Entonces, simplemente se sentó en su silla y, mirándome simplemente a los ojos, me dijo.
- Ya revise tus pruebas Julio, y me parecieron perfectas. Estas contratado, sólo dime a partir de cuando puedes comenzar.
Yo no pude evitarlo, y abrí la boca, asombrado.

Un trabajador como cualquiera

Bueno, creo que ya he progresado lo suficiente como para comenzar a escribir sobre mis experiencias. Parecerá increíble, pero cuando comencé a trabajar con la señora Betancourt, si bien sabía escribir, mi redacción era fatal. Aceptémoslo, pasé por secundaria de noche, más ocupado en chelear con mis cuates y dármelas de galán que en estudiar. A pesar de ello, tuve mis límites. La pandilla en la que estuve era más bien fresona, no le entrabamos a las drogas como otras de la zona, y cuando menos nos preocupábamos por pasar las materias, aunque claro, la excelencia académica nos tenía sin cuidado.
La gente suele tener una idea muy estereotipada de Ciudad Neza. Todo mundo piensa inmediatamente que somos drogadictos, delincuentes y gente de lo peor. Tendré que aceptar que hay quien vive de acuerdo a ese esquema, y está orgulloso de ello, pero una gran cantidad de los jóvenes tratamos de ganarnos la vida, a pesar de las dificultades. En mi caso, yo dejé de estudiar en cuanto terminé la secundaria, para entrar a trabajar como aprendiz de mecánico en un taller cercano a mi casa. aprendí rápido, y si bien no ganaba extraordinariamente bien, cuando menos servía para ayudar a la familia. Pero bueno, la cuestión es que tenía yo ambiciones, y esperaba hacer algo más de mi vida. Por eso, cuando vi un anuncio en donde se solicitaba un asistente general, y cuyo único requisito era el haber estudiado secundaria, decidí darme una vuelta. En realidad, no tenía una idea clara de lo que podría ser el trabajo, pero tenía algunas ideas, aunque nunca pensé que sería algo como ésto.