sábado, 12 de abril de 2008

Mi nueva jefa

La casa a la que llegué lucía elegante, pero se veía a leguas que ya había pasado por sus mejores días. Era uno de esos viejos caserones estilo art-deco tan usuales en la Colonia Roma, aunque claro, en aquel entonces no tenía ni idea de lo que era art-deco, pero bueno, estoy divagando. llegué a la casa temprano, tal y como lo solicitaba el anuncio, sin saber que esperar. Al tocar la puerta, me abrió una mujer de apariencia madura, en la última mitad de los cuarentas, pero sumamente atractiva. No tenía apariencia de ser un ama de casa, pues vestía un traje sastre especialmente elegante, maquillaje discreto pero que resaltaba las facciones de su rostro, y una cabellera roja, larga y bien cuidada. Al verme, sólo sonrió de manera franca y abierta.
- Buenos días, soy la señora Betancourt, e imagino que vienes por el trabajo ¿O me equivoco?
- Pues si señito, me llamo Julio Rodríguez, venía por lo de asistente general.
- Un placer Julio, pasa
Me guió dentro del lugar, grande y bien arreglado. Lo que llamó mi atención en el primer momento fue la cantidad de cuadros y figuras en los muebles y paredes, que en ese momento, para mí lucían sólo raros. Luego sabría que eran muestras artesanales de prácticamente todos los rincones del mundo. Yo no trataba de ocultar mi curiosidad, y veía alrededor como si fuera un museo. La señora me miraba de reojo, con una sonrisa amplia.
Llegamos hasta su estudio, que de inmediato llamó mi atención. A diferencia del resto de la casa, se veía totalmente caótico. Lleno de libros puestos en desorden, en auténticas pilas en el suelo y las sillas. Ella me hizo pasar, pero se quedó en la puerta.
- Bien, te haré algunas pruebas, pero necesito ir por unos papeles. Toma asiento, que en un momento estoy contigo. Toma asiento.
Yo sólo asentí con la cabeza y asentí. La silla que estaba frente a su escritorio tenía varios libros, así que los quité para sentarme. El problema es que las demás pilas eran demasiado altas, y ponerlos ahí arriba las desequilibraría tremendamente. Pensé en ponerlos en el suelo, formando una nueva columna. Estaba a punto de hacerlo cuando alcancé a ver un espacio en uno de los libreros que, curiosamente, estaba libre. Tomé el paquete y, sin fijarme realmente como, los coloqué en el espacio, y entonces me senté. Pocos minutos después, volvería la señora Betancourt, con algunas tarjetas en su mano. Al entrar, vio el cuarto alrededor, con atención, y luego miró con atención el escritorio, lleno de papeles y libros. Entonces, simplemente se sentó en su silla y, mirándome simplemente a los ojos, me dijo.
- Ya revise tus pruebas Julio, y me parecieron perfectas. Estas contratado, sólo dime a partir de cuando puedes comenzar.
Yo no pude evitarlo, y abrí la boca, asombrado.

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