jueves, 29 de marzo de 2012

Crimen pasional

Trabajar con Isabel Betancour era prácticamente una jornada como cualquier otra, pues aunque todo lo realizaba en su casa, tenía un horario bien establecido y, aunque no estaba en una nómina como tal, tenía ciertas prestaciones. Pero del mismo modo, de repente se me exigían algunos sacrificios, como en la ocasión que pasaré a relatar ahora.
Eran quizá las tres de la mañana, y yo estaba durmiendo en casa. Isabel ya anteriormente me había pedido que nunca apagara el celular, pero en varios meses que llevaba trabajando con ella, nunca había sido necesario. Por ello, el escuchar el sonido del timbre a esa hora de la madrugada de sobresaltó bastante.
 - ¿Julio? - reconocí de inmediato su voz - discúlpame por la hora, pero tenemos algo que hacer. Paso por ti en 20 minutos, por favor espero que estés listo.
Me vestí apresuradamente, y mientras tanto, comencé a escuchar la lluvia que caía de forma torrencial en el exterior. Así que en cuanto vi el auto en la ventana, salí corriendo rápidamente, para evitar mojarme.
 - Hola Julio - me dijo apenas de reojo - perdonarás la hora, pero tenemos un secuestro entre manos, y si nos apuramos, aún podemos hacer algo.
 - Un secuestro - repetí casi automáticamente, tratando de imaginar qué podríamos hacer - ¿Ya se comunicaron para pedir el rescate?
 - Ese es el mayor problema, posiblemente no haya rescate.
Nos detuvimos en una casa por el Centro de Tlalpan, que había sido acondicionada para servir como oficina. Cuando llegamos, el lugar estaba acordonado, y un policía tomaba declaración a una mujer, que sollozaba. Cuando llegamos, el oficial nos trató de detener, pero bastó mencionar el nombre de Ortega para que se nos permitiera pasar. El policía dejó a la mujer sentada en uno de los sillones, y se dirigió a nosotros con cierta pesadumbre.
 - Pues mire señorita, el desaparecido es un tal José Miguel Barrios, y tenía un despacho en esta casa. Cuando no llegó a su casa, no contestaba las llamadas, su esposa vino para acá, y encontró la puerta forzada. Fue que nos llamó, y llegamos a atender el problema.
 - ¿Encontraron algo importante?
 - Si señorita, estaba esta nota pegada a a silla, o cuando menos eso dijo la señora. Estaba puesta para que no hubiera posibilidad de que pasara desapercibida.
Isabel tomó el papel, leyéndolo cuidadosamente. Después de un rato, me lo pasó en un rápido movimiento de muñeca.
 - A ver Julio, tu opinión.
La carta estaba escrita en una hoja de impresora, con tinta negra. La letra era indudablemente femenina, aunque en lo irregular del trazo era notorio el nerviosismo de quien la escribió:
Mil perdones. Sé que no debo de hacer ésto, pero amo a este hombre, desde la primera vez que lo conocí. Traté de convencerlo de que dejara todo, y viniera conmigo, pero él aseguró ser feliz con su esposa. Es por eso que me decidí a hacer ésto: él será mío quiéralo o no, pues ya tengo una hermosa casa para vivir una vida felices, viendo el atardecer frente al mar.
De nuevo mil perdones.
- Realmente increíble - musité perplejo.
 - Totalmente. Pero bueno, si queremos hacer algo rápido, lo mejor es que comencemos a hacer averiguaciones, y sugiero que primero hablemos con la esposa.

martes, 27 de marzo de 2012

Redes sociales

Cuando llegamos, Bátiz y Ortega nos estaban esperando en la oficina. El empresario se notaba algo nervioso, pero realmente no de forma extremada. Nos saludó de forma abierta, antes de sentarse en la silla que antes fuera de Larraizar
 - Adelante, me dijo el Señor Ortega que necesitaba mi ayuda para dar con el asesino. Espero que no sea algo demasiado arriesgado.
 - Claro que no - respondió mi jefa mientras ponía su laptop en la mesa - en realidad es algo muy sencillo, pero voy a necesitar que ingrese a su cuenta de Facebook, es ahí donde encontraremos al culpable.
Abrió la máquina y apuntó a la misma, y noté que estaba abierta desde antes en la página de Pro-Tauro.
 - Esta es la persona que los ha estado buscando, y quien le aseguró que tenía información importante sobre lo que hacían.
tomó el mouse y lo pasó lentamente por la pantalla, mostrando una serie de imágenes, todas bastante cruentas, de sobre el maltrato a los toros. Además de ello, el lugar estaba sembrado de artículos en donde quedaba de manifiesto la crueldad de la fiesta. Eb prácticamente todas ellas, Larrainzar estaba etiquetado dentro de las mismas, y él siempre daba la misma respuesta "Pero el público seguirá viniendo, y no puedes hacer nada".
 - Bueno, entonces creo que tendré que explicarle que hará desde su cuenta señor Bátiz
 - Pero Señorita Betancour, yo no tengo Facebook.
 - Claro que no, de otro modo se hubiera dado cuenta que las pruebas que Pro-Tauro tenía sobre sus actividades eran éstas, y no las que usted pensaba. Debe ser desesperante ver como su socio parecía no darle importancia.
El rostro de Bátiz palideció de golpe.
 - La evasión de impuestos es, de entrada, ilegal, pero permite esconder otro tipo de delitos sin problema. Ustedes les pagaban a los toreros la mitad en recibos, y la "mitad" en compensaciones. Pero claro, las mismas estaban infladas hasta cuatro o cinco veces más de lo que realmente les daban, y todo ello iba a sus bolsillos. Obviamente, esperaban que ninguno de ellos hablara de esta irregularidad, pues eso los comprometía también, así que estaban literalmente limpios. Pero claro, siempre habrá un problema.
Para ese momento, Bátiz sólo la miraba sin emitir palabra, aunque sus manos estaban aferradas firmemente al escritorio.
 - Cuando leyó la carta de Pro-Tauro, obviamente se imaginó lo peor, y trató de hablar con Larraizar. Pero su aparente desinterés hizo que perdiera el control, y acabó matándolo. Claro, una vez que recuperó la conciencia, se dio cuenta de que tenía que alejar sospechas, y nada mejor que inculpar a sus detractores. Una espada bien colocada, y era claro que todo fue una venganza. Aunque claro, el cómo una muchacha de menos de 60 kilos de peso, que usted no conocía, podía clavar una espada con tal fuerza, no le preocupó en ese momento...
 - ¡Perra! - alcanzó a gritar Larraizar, arrojándose contra Isabel, sus manos abiertas, buscando su cuello. Ortega y yo estábamos listos para actuar, a pesar de que el movimiento nos tomó por sorpresa. Sin embargo, un movimiento rápido de Isabel colocó su rodilla certéramente en su entrepierna, lo que lo hizo caer al suelo revolcándose de dolor.
 - Pues bien señor Ortega, por si no había elementos necesarios, puede sumar intento de homicidio.
Tomó su bolsa tranquilamente y miró a Ortega.
 - Con su permiso, tenemos aún trabajo que hacer. Gracias, y hasta luego.

jueves, 22 de marzo de 2012

Facturas pendientes

Cuando salimos de la Universidad, Isabel tenía esa sonrisa amplia y confiada que suele mostrar cuando va sobre una pista correcta. Sin embargo, como era su costumbre, no solía darme muchos detalles, aunque la parte de Facebook me había dejado lleno de curiosidad. Estuve dudando mucho tiempo en preguntarle cual era la relación pero, cuando por fin me iba a decidir, ella rompió el silencio de golpe.
 - Julio, entre las fotos que tomé de los documentos, debe de haber una de un recibo de pagos ¿Me los puedes mostrar? o sólo dame la dirección que aparece ahí.
 - Busqué en el sobre que traíamos, y entre todos los documentos que había seleccionado - no los llevaba todos - venían dos recibos de honorarios, ambos a nombre de Antonio Contreras. Aunque mis conocimientos de tauromaquia eran prácticamente cero, recordaba el nombre de la misma noticia del asesinato, pues al parecer había sido la última persona que había visitado la oficina. Él era un torero de cierto reconocimiento, y cuya carrera, según pude investigar, iba a la alza, pero no se había hecho todavía de un nombre importante. Su casa, de hecho, era un departamento medianamente elegante, pero no muy lujoso. Nos recibió con cierta desconfianza, pero sin reticencias. La sala, tal y como me imaginé, estaba llena de todo tipo de decoraciones taurinas, en lo que al parecer era un gusto compartido de todo ese gremio.
 - Bueno señor Contreras, imaginará que es lo que me trae aquí.
 - Supongo - dijo algo nervioso, pero hasta cierto punto resignado. Si bien era un hombre claramente culpable, no se veía como alguien que hubiera sido descubierto en un homicidio.
 - Bien, entonces hablemos de esas "bonificaciones"
 Yo alcé la ceja, sin saber de que hablaban.
 - Bueno señorita, ya sabe. La cantidad de impuestos que uno puede pagar pueden ser bastantes, y Larraizar me propusó una opción. Mi recibo sería por la mitad de lo que él me pagaba, y lo demás me lo daría como "bonificación". Lo sé, eso es ilegal, pero bueno, dejé que me convencieran...
 - Entonces ¿Su recibo es por la mitad de lo que le pagaban? ¿Exactamente?
 - Quizá no exacto, unos pesos más o menos, pero muy cercano.
 - Mire caballero, tal y como le dije al teléfono, yo puedo ayudarlo a que se regularice, sólo para agradecerle su ayuda.
Cuando salimos, su rostro se veía especialmente brillante, y era claro que tenía ya la solución.
 - Bueno mi estimado Julio, creo que el siguiente paso es descubrir al criminal. Pero tenemos que ser muy discretos. Llámale a Ortega y dile que nos vemos en la oficina de Bátiz, necesitaré que me ayuden para dar con el culpable.

jueves, 15 de marzo de 2012

Animalismo

A pesar de que la educación que estaba recibiendo por parte de Isabel estaba al nivel de la de cualquier carrera profesional, y mucho más extensa, el hecho de no haber sido nunca universitario si me pesaba sobremanera, por lo que nuestra visita a la UAM Xochimilco no dejó de imponerme un silencioso respeto. Isabel, sin embargo, se movió con soltura, dirigiéndose a la cafetería del plantel y, tras de revisar el lugar cuidadosamente con la mirada, se acercó sin dudar a la mesa donde una muchacha joven esperaba sola.
 - ¿Adriana? - preguntó más buscando una confirmación que por verdadera duda - Yo soy Isabel Betancourt, hablamos el día de ayer.
 - Si, claro, tomen asiento - La chica sonreía nerviosa, viéndonos las caras con cierta sospecha, pero sin perder el aplomo.
 - Tal y como te comenté en el teléfono, queríamos hablar de la serie de cartas que habías mandado con frecuencia a las oficinas de Larraizar. Tengo entendido que tú eres la representante de Pro-Tauro.
 - Si, lo soy - respondió más segura - Somos de un grupo de animalistas, que nos oponemos a la barbarie que ese hombre realizaba.
 - Me interesó hablar contigo porque, en una de las cartas, mencionan que tienen elementos para hacerlos detenerse, y alguien subrayó específicamente esa parte ¿De qué hablaban?
 - Si piensa que se trataba de extorsión señorita, está muy equivocada, eran firmas, opiniones de diveras publicaciones, estudios... Material con el que podíamos refutar todos los argumentos taurinos.
 - ¿Y recibieron alguna respuesta de él?
 - Nunca de Larraizar, tan sólo de Bátiz. Y se limitaba a argumentos sobre la supuesta "tradición" y "cultura", nada que realmente tuviera bases.
 - ¿Y sobre la última carta? ¿Alguna respuesta?
 - No, ninguna, aunque como generalmente demoraban en volver a escribir, no lo vi extraño.
 - Muchas gracias Adriana, nos has sido muy útil. Por cierto, es admirable lo que hacen en Pro-Tauro, tuve oportunidad de verlo en Facebook.
 - Gracias señorita. Pero puede creerme, yo odiaba lo que hacía ese hombre, pero nunca lo hubiera matado.
 - No te preocupes, daremos con el culpable.
 Mientras nos dirigíamos al coche, no pude dejar pasar la oportunidad de preguntarle algo, pues uno de sus comentarios me sorprendió.
 - ¿Tú tienes Facebook?
 - Claro, y debo decirte que, en algunos casos, y si estoy correcta, puede ser la diferencia entre la vida o la muerte. Pero apresúrate, que tenemos otra persona a quien ver.

viernes, 9 de marzo de 2012

Armando el rompecabezas

Tras de revisar un poco más el lugar - en el particular estilo de Isabel - volvimos a la oficina durante el resto de la tarde. Durante un par de horas, no dijo ni una sola palabra, pues se limitó a revisar las fotos de los documentos con un cuidado muy especial, releyéndolas con cuidado. Mientras tanto, yo estaba nuevamente acomodando los archivos, que era mi trabajo habitual, pues sabía que, mientras su lapiz labial estuviera subiendo y bajando, lo mejor era no interrumpirla. No fue hasta que terminó de leer, que por fin rompió el silencio.
- ¿Notaste algo en especial en la oficina?.
A pesar de que ella solía soltar las preguntas al aire sin aviso, me pescó de sorpresa la súbita ruptura del silencio.
- Pues no realmente, como ya se habían llevado el cadáver, imaginé que ya no habrían muchas pistas importantes.
- Error Julio, muchas veces la explicación de un crimen puede estar en objetos anteriores al mismo. Quizá te diste cuenta que el móvil no fue el robo.
- No, claro que no, había muchas cosas muy valiosas en toda la oficina, y nada faltaba.
- Exacto. un equipo para iPod, televisión, un par de esculturas de bronce de toros, de excelente gusto, pero quizá no te percataste de algo...
Yo me limité a verla con una mirada de interrogación, pero no tuve que esperar mucho.
- Todo era nuevo. Si pudiste darte cuenta, los muebles, la decoración y otros aspectos del lugar tenían la apariencia de ser de hace mínimo 30 años, pero varias otras cosas contrastaban enormemente, pues todas ellas lucían de menos de dos meses de haber sido adquiridas. El contraste era demasiado obvio, me extraña que no te dieras cuenta.
Curiosamente, cuando ella mencionó ese punto, las cosas me resultaron más claras, incluso aunque ya habíamos dejado la oficina hace varias horas. Obviamente, todas esas cosas habían llamado mi atención, desde el momento en que todas estaban puestas para lucirse. Sin embargo, hasta que no mencionó ese punto Isabel, caí en cuenta que tenía toda la razón.
- Julio, necesito que, antes de que te vayas, me consigas una biografía de Larraizar, lo más completa que puedas. En especial, céntrate en su infancia. Yo necesito hacer algunas llamadas. Y prepárate, porque mañana posiblemente vayamos a tener una gran cantidad de entrevistas.
Asentí discretamente, y me dirigí a pila de periódicos que teníamos en la oficina. Nos esperaba un día agitado, pero precisamente de los que me gustaban.

martes, 6 de marzo de 2012

En la escena

La oficina de Larraizar se veía tal y como la pude apreciar por primera vez en la foro del periódico, aunque ya una vez estando ahí, pude apreciar la magnitud de la misma. Cuando llegamos, el lugar aún estaba cerrado, y en la entrada, junto al policía que hacía guardia, había un hombre alto, delgado y de mediana edad, que lucía muy impaciente.
- Gracias a Dios que llega licenciada - dijo en cuanto vio llegar a Isabel, dándole la mano en forma rápida y segura - todo lo que necesitamos para trabajar está ahí dentro, y mientras nadie pueda entrar, estamos totalmente detenidos.
- Mucho gusto - le respondió ella, mirándolo con cuidado - Usted es...
- Disculpe usted, José Antonio Bátiz. Soy administrador de la ganadería, y socio del Señor Larraizar.
- Entiendo su preocupación señor Bátiz, le garantizo que en cuanto terminemos con lo que haremos en este momento, volverá a tener la oficina para lo que requiera.
- Mil gracias, adelante
En cuanto pasamos al interior, Isabel se me acercó un poco y me musitó discretamente al oído
- Para alguien que acaba de perder a su socio en un homicidio, está demasiado preocupado por volver al trabajo.
- A mí también me pareció, la cuestión es saber porque quería matarlo.
- Cuidado Julio, sólo digo que me parece sospechoso, no que él haya sido. Estamos aquí para tratar de esclarecerlo.
- Sobre la mesa encontramos una serie de folders, puestos debidamente en las bolsas para pruebas, pero dejados ahí exprofeso. Ya conocía lo suficiente del procedimiento judicial como para saber que eso era extremadamente irregular, y a lo que Ortega se exponía con ello. Sin embargo, parece que era mucho más l oque tenía que ganar, por lo que podía darse el lujo de tomarse esas libertades.
Isabel se colocó los guantes y fue tomando los archivos uno por uno, revisándolos con cuidado.
- Julio, pásame la cámara por favor, que aquí hay un par de cosas muy interesantes.
Acomodó varios documentos sobre la mesa, y fue observándolos con cuidado. Yo le pasé la pequeña cámara digital que siempre lleva entre sus cosas, y traté de ver de que se trataba, mientras ella tomaba fotos rápidamente, pero con cuidado. Lo único que alcancé a ver fue una carta con el logo de una empresa o grupo llamado Pro-Tauro, aunque no pude apreciar nada más.
- Bueno - dijo tomando su celular - Creo que podemos avisarle a Ortega que terminamos nuestro trabajo aquí. Ya podrán pasar a recoger las pruebas y permitir que Bátiz entre de nuevo a su oficina.
- ¿Ya sabes quién lo hizo? - le pregunté curioso, acostumbrado a la rapidez de sus conclusiones.
- No, pero ya sé donde tendremos que seguir preguntando.

viernes, 12 de junio de 2009

Estocada

A diferencia de otras ocasiones, esta vez nos dirigimos al SEMEFO, en donde estaba esperándonos Ortega, y fue gracias a él que Isabel pudo entrar sin problemas. Sin decir ni una palabra, sacó de su bolso un par de guantes de latex, poniéndoselos con cuidado, pero con bastante rapidez.
- ¿Ya lo revisaron? - preguntó mi jefa con seguridad.
- Si, y te tengo incluso una copia del informe, aunque me imaginé que querrías verlo tú misma.
- ¿Y en cuanto a la oficina?
- Aún logré tenerla aislada un par de días. Pero como no era él el único en usarla, no podré hacerlo mucho tiempo, así que te agradecería que la revisaras hoy mismo.
- No te preocupes, en cuanto termine aquí, pasaré a verlo, gracias.
Fue hasta después de esta rápida conversación, que Ortega me saludó de una forma rápida, pero cordial, antes de salir de forma apresurada.
- Velo con atención - me dijo Isabel mientras caminaba hacia la plancha - un policía honrado, algo que en México es más raro que un diamante de un kilo.
Aunque yo llevaba ya algún tiempo trabajando con ella, el análisis de un cuerpo siempre me provocaba un cierto malestar, y más cuando veías como ella manejaba todo con una frialdad extrema.
Tomó un folder que estaba al lado y lo leyó con calma
- Asfixia, ya lo suponía yo. Es imposible clavar una espada de esta forma a alguien que aún está vivo.
Descubrió el cuerpo y revisó la herida cuidadosamente. Era un corte recto y bien calculado en medio de los omóplatos, que entraba recto en el cuerpo.
- Esto es claro, el asesino estranguló a su víctima, y hasta que no estuvo muerto, no usó la espada. Si te das cuenta, la persona fue cuidadosa, pues la hoja no alcanzó a salir por el pecho.
- Pero ¿Por qué tomarse tantas molestias si estaba ya muerto?
- Sencillo, aquí estaba mandando un mensaje.

Tauromaquia

Tras de ese caso, pasó mucho tiempo sin que tuviésemos actividad directa con la policía. Mi trabajo se limitaba a ayudarla en sus labores bibliográficas, y en mis propios estudios, que dicho sea el paso eran cada vez más exigentes. Una de las desventajas de tener como tutora a una mujer tan brillante, es que los estándares que espera de ti son igualmente altos. Por ello, en el fondo deseaba que volviésemos a recibir una llamada, pues aunque usualmente eran cuestiones muy rápidas - la capacidad deductiva de Isabel no requería más - siempre eran un descanso para a rutina.
Fue un día martes que, cuando llegué a trabajar, me di cuenta de que teníamos algo entre manos, pues la encontré sentada en su escritorio, leyendo el periódico con atención. En su otra mano, sin embargo, el lapiz labial subía y bajaba de manera continua, señal inequívoca de que estaba meditando sobre algo.
- Creo que pocas cosas hay más crueles que el toreo ¿No? - me dijo de pronto, sin despegar la vista del diario.
Me quedé en silencio un par de minutos, asimilando la pregunta. Si algo había aprendido en todo ese tiempo, es que cuando hablaba de ese modo, siempre había un segundo significado.
- Pues si, es cierto. A mí en lo personal me desagrada - me quedé callado unos segundos antes de continuar - pero supongo que si lo preguntas, es por algo.
- Vas mejorando Julio, y eso es bueno - me dirigió una sonrisa, mirándome por primera vez tras de toda la plática - quiero que mires ésto.
Dejó caer el periódico sobre la mesa, sin decir nada. La imagen mostraba a un hombre, bastante corpulento, sobre su escritorio, con una espada en la espalda. Por todo lo que se veía alrededor de la escena, donde colgaban cuadros con motivos taurinos, y otros objetos relativos, me pude dar una idea de que tipo de persona era antes incluso de leer la nota.
- Vaya - musité - parece que alguien quiso aplicar el ojo por ojo.
- Exacto, y la cuestión aquí es saber quien lo hizo.
Leí el artículo con cuidado. Al parecer, Rodrigo Larraizar era un empresario taurino, que fue encontrado muerto en su despacho en la mañana del día de hoy. El hombre, por lo que pude leer, llegaba a pasar toda la noche en el lugar con frecuencia, al grado de tener una cama en el mismo. Sin embargo, nadie había notado nada raro durante la noche, hasta que su socio lo encontró en la mañana. La puerta estaba abierta, sin rastros de haber sido forzada.
- ¿Y tienes alguna idea por ahora?
- No, ninguna, pero por lo pronto, tenemos que hacer algunas visitas. Hice algunas llamadas telefónicas en la mañana, y hay un par de personas con quien quiero hablar.
Se levantó del asiento sin agregar ninguna palabra, y salió con el paso firme que la caracterizaba. Apenas tuve tiempo de tomar una pluma y una libreta y la seguí, pues estaba consciente de sería un día agitado, aunque era precisamente lo que yo estaba esperando.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Distracción

Para ese momento, Cesar estaba completamente inmóvil, sin poder articular palabra. Para Isabel, fue una suerte de confirmación, y se limitó a mirarlo a los ojos, con una sonrisa de triunfo.
- Estabas impaciente por heredar su dinero antes de que se lo "acabara", como tú mismo juzgabas que lo hacía, por lo que decidiste matarlo primero. El envenenar su café era la opción más práctica, pero sabías que eso podía descubrirse en una autopsia, por lo que optaste por fabricar un "culpable".
Tomó la cajita de nuevo en sus manos y la jaló varías veces, dejando que la aguja golpeara en su uña.
- Con la cantidad de gente que tu tío trataba de manera superficial, era fácil crear un culpable, y en especial si la descripción era la de más de una posible persona. Así que preparaste la caja, y arreglaste la "entrega". Como tú eras quien recibía lo que le mandaban, esa parte era sencilla. Después, esperas a que reciba el paquete, y le sirves el café. En cuanto lo bebe, y el veneno hace efecto, te apresuras a limpiar todas las pruebas, guardando bien el libro que se manchó cuando tiró parte de la taza en su agonía. Cuando el escenario estaba totalmente a tu gusto, fue cuando decidiste llamar a la policía ¿Correcto?.
Cesar volteó a verla, para después mirar alrededor. De pronto, y sin decir nada, salió corriendo hacia la puerta, en un claro intento de escapar. Cuando pasó junto a mí, mi única reacción fue abrazarlo fuertemente, con lo que lo detuve en seco.
Para mi mala fortuna, uno de sus brazos seguía libre, por lo me propinó un golpe directo a la cara. El impacto me tiró de espaldas, por lo que tuve que soltarlo. Afortunadamente, ya lo habían podido sujetar, según alcancé a ver, pues el puñetazo me dejó en no muy buenas condiciones.
- ¿Estás bien? - Preguntó Isabel, con gesto preocupado, mientras me ayudaba a levantarme. Yo sentía sangrar mi nariz, pero al parecer, no me la había roto.
- Todo bien, gracias.
Me tomó cuidadosamente por el brazo y me incorporó totalmente. Entre el bullicio y la confusión, salimos de la casa en silencio, como había sido su estilo desde siempre.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Una coartada destruida

Todos nos quedamos de una pieza. Sin saber que hacer. Isabel se limitó a sonreír y, tranquilamente, puso la caja sobre la mesa. Tras de ello, vio a Cesar fijamente, y dijo casi como de pasada.
- Sé que esa sorpresa no la actuaste Cesar, pero no fue tanto por preocuparte por mí, sino porque sabías que te habían descubierto. ¿O no es así?
Cesar estaba pálido, y no respondió nada. Isabel sonrió, y volteó a vernos con una sonrisa de triunfo.
- La mente humana suele guiarse por lo más evidente, al grado de dejar pasar detalles que lo descalificarían. La presencia de una aguja, y el olor a almendras, inmediatamente nos sugirió cianuro, y todos lo dimos por un hecho. Sin embargo, sabemos que estos juguetes suelen apuntar a la uña, e incluso con un alambre con más filo, el daño sería mínimo. Y si a ello le sumamos que no es una aguja hueca, las posibilidades de envenenar a alguien así son minúsculas, pero eso no importa, pues no fue ese el método usado.
Hizo una pequeña pausa y, caminando hacia el fregadero, tomó la taza aún húmeda.
- Cuando nos narró los hechos, Cesar nos dijo que había venido a prepararle el café a su tío, y fue entonces que lo escuchó caer. Sin embargo, cuando llegué la taza estaba recién lavada, algo que no concordaba. Nadie pondría tanto cuidado en lavar la taza, con riesgo de destruir su coartada, a menos de que algo le preocupara. En realidad, estaba borrando la verdadera evidencia.
- Todo apunta a que el único heredero de la fortuna de tu tío serías tú, y obviamente, siendo su secretario estarías al tanto de muchas cosas. Pero el ver como el dinero que considerabas tuyo se iba haciendo cada vez menos por los gastos que realizaba en viajes, publicaciones y compra de juguetes. Te comenzaste a preocupar, y fue que decidiste tomar cartas, y de forma definitiva.

domingo, 2 de noviembre de 2008

El porqué

La seguí hasta la cocina nuevamente, donde aún estaba Cesar. Ella se sentó frente a él y lo vio directamente a los ojos.
- Cesar, necesito que por favor me hables de la familia de tu tío, y de la gente que trabajaba para él.
- Pues yo sería la respuesta a las dos preguntas. Bueno, está mi papá, que es su único hermano. El fue el que le pidió que me diera trabajo.
- Vaya, muy bien ¿Y por qué de secretario?
- Bueno, pues es que no he tenido suerte en la escuela, y mi papá decidió que si ya no quería estudiar, buscara algo qué hacer.
- ¿Y tu tío estaba en condiciones de pagarte un trabajo?
- ¡Claro!, él tenía un dineral, tan es así que se la pasaba viajando por todo el país, comprando cuanto juguete encontraba, y editando lo que él solo escribía.
- Bien. Ahora, el hombre que vino a dejar el juguete ¿Cómo era?
- Era viejo, moreno, muy delgado, sombrero de paja, con barba corta y desarreglada, y ojos obscuros y hundidos.
- Encontrar una persona así entre los jugueteros será algo difícil ¿Tú conoces a algunos?
- Conocerlos no, pero yo manejaba sus citas y agenda, así que se podría encontrar a algunos. Pero a muchos de ellos los veía en algún pueblo, les compraba alguna cosa, y no volvía a verlos. Así que no habría forma de dar con todos.
- Bueno Cesar - dijo Isabel con una sonrisa, mientras guardaba en su bolso el labial con el que estuvo jugando durante toda la plática - creo que me diste la solución. Ya tengo a mi culpable.
De pronto, y sin decir nada más, sacó del mismo bolso la caja y, sin darnos tiempo a reaccionar, jaló la tapa. La pequeña aguja salió disparada, rasguñándole la uña ligeramente.
Yo me quedé auténticamente paralizado de terror.

jueves, 23 de octubre de 2008

Café

Volví con Isabel al estudio, y la vi sacar el labial de su bolsa, bajándolo y subiéndolo rítmicamente, indicación de que estaba pensando cuidadosamente.
- ¿Qué esperas encontrar en el escritorio de un hombre muy ocupado?
- Pues varias plumas, la computadora, papeles, agenda...
- Exactamente. El hombre pudo haber sido lo organizado que quieras, pero este escritorio está demasiado vacío, demasiado para mi gusto.
Se dirigió hasta el librero, y comenzó a pasar la mirada por cada uno de los lomos. Sin embargo, tardé algunos segundos en darme cuenta de que su cara estaba demasiado cerca... Estaba oliendo.
- Creo que encontré algo interesante Julio - dijo mientras sacaba un libro de entre los del librero, y lo puso sobre la mesa. Al momento de que lo abrió, pude ver una de las esquinas arrugadas, y con el tono amarillento que suele acusar café derramado.
- Las manchas de café son terribles para los libros, pero usualmente el olor desaparece, a menos que la mancha sea muy fresca. Y este libro está incluso húmedo.
Se dirigió al escritorio, donde aún descansaba el cadáver, y casi pegó el rostro a su superficie, sonriendo ampliamente
- Acércate Julio, y huele
Acerqué mi rostro, y aspiré. Era el olor inconfundible de limpiador para casa, leve, pero muy fresco.
- ¿Qué notas?
- Nada raro - respondí - Limpiaron el escritorio, pero eso no es nada extraño.
- Depende de cuando y para qué, y creo que tenemos ya una pista importante.
Con una sangre fría que a mí siempre me ha parecido admirable, tomó la muñeca del cadáver y la levantó un poco, viendo la manga de la bata. Su sonrisa lo único que hizo fue hacerse más amplia.
- Bueno mi estimado Julio, tenemos al culpable y el método, pero aún hay algo que no entiendo, pero que me imagino que será lo más fácil de dilucidar.
- ¿A qué te refieres?
- Sigo sin saber el porqué.

domingo, 12 de octubre de 2008

El mensajero anónimo

Pasamos a la cocina, donde un individuo apenas algo mayor que yo, sentado en un banco. Se veía nervioso, y sostenía en sus manos una taza de té, que temblaba en sus manos. Cuando entramos, nos vio con extrañeza.
- Isabel, él es César. Era el sobrino de Sergio, y su secretario particular. El sabe de la caja.
Isabel se sentó frente a él y, con una sonrisa afable, se dirigió a Cesar con expresión abierta.
- Veamos, dime que sabes
Dejó la taza en la mesa de la cocina y, poniendo las manos en sus rodillas, habló en forma pausada.
- Esta mañana, vino un individuo a la casa, a entregar un paquete. Venía en un sobre de papel manila, y me dijo que era un regalo para mi tío. Era aún muy temprano para despertarlo, así que lo tomé y lo puse en su mesa. En cuanto llegó a su estudio, se lo mencioné, y pareció que lo estaba esperando. Pero en cuanto vine a preparar su café, escuché como caía contra su mesa, y cuando llegué, estaba muerto. Lo primero que hice fue hablarle a la policía, y no he movido nada.
Isabel retiró la mirada un momento del joven, y recorrió la cocina con la mirada.
- ¿Entonces apenas estabas preparando el café?
- Si señora
- ¿Podrías ir a tu recámara y permitirnos observar un poco por aquí?
- Er... claro
En cuanto César se fue, yo no pude más que ver a Isabel con expresión curiosa
- ¿Y por qué no le pediste una descripción del individuo?
- Julio, todo eso es parte del procedimiento policíaco, además de que prefiero recabar primero la información pertinente.
Sin agregar nada, caminó al fregadero, en donde se detuvo con cuidado. Tomó una taza que estaba en el escurridero, y la analizó con cuidado.
- Recién lavada, y aún húmeda. Te diría que buscaras en la basura, pero lo más probable es que lo que buscamos acabara en la taza del baño. Pero bueno, tenemos un inicio. Ahora, acompáñame de nuevo al estudio, necesito corroborar algunas cosas.
La seguí en silencio, completamente confundido. Aunque sabía que, cuando se movía con esa seguridad, era porque tenía ya una hipótesis, y sólo necesitaba encontrar pruebas.

domingo, 31 de agosto de 2008

Un método irónico

- ¿Una qué? - pregunté algo extrañado.
- Una serpiente picadora - repitió Ortega - son unos juguetes muy comunes en varios estados. Son unas cajitas que, al deslizar la tapa, salta una serpiente de alambre, que te pica en el dedo. Nada grave realmente.
Isabel no dijo nada, tan sólo tomó un lápiz del escritorio y, usando la goma, jaló la tapa con cuidado. Como es normal en ese tipo de juguetes, una víbora de madera saltó bruscamente, golpeando el lápiz con una punta de alambre. Pero a diferencia de las que yo conocía, toscamente trabajadas, ésta tenia una apariencia primorosa, muy bien decorada, lo mismo que la caja. Toda su manufactura la identificaba como un trabajo cuidadoso. Sin embargo, el interés de mi jefa estaba en otro punto.
- El alambre está mejor afilado que con otros juguetes - murmuró extrañada - pero sigue siendo alambre.
- Lo sé - le respondió Ortega - pero si te fijas, tiene un ligero olor
- Si, a almendras
- ¿Cianuro? - Respondí de inmediato, tratando de no lucir totalmente ignorante
- Básicamente sí - respondió Isabel - pero hay algunas cosas que no acaban de convencerme. ¿Saben cómo llegó esta caja a su poder?
- Afortunadamente si, se la entregaron a su sobrino. El está en la cocina, recuperándose de la impresión ¿Quieres hablar con él?
- Claro, síganme

Serpiente picadora

Como era costumbre, nos hicieron pasar sin preguntas, e Isabel se dirigió a uno de los policías, que le indicó sucíntamente una dirección dentro de la casa. Avanzó con toda seguridad, observando de reojo mientras nos movíamos. La casa era realmente notable, pues todo el pasillo tenía una sola repisa a cada lado, que se extendía por todo el mismo. Acomodadas de una forma muy cuidadosa, estaba un verdadero tesoro de juguetes artesanales: camiones de hojalata, títeres, escaleras, muñecas de barro y varios otros que yo ni siquiera imaginaba que existieran.
El pasillo desembocaba en una oficina, con una decoración muy similar. Pero lo que inmediatamente llamaba la atención era el corpulento cuerpo caido sobre el mismo. No era necesario ser un experto para ver que el hombre estaba muerto, y que el deceso había sido realmente repentino. Ortega estaba de pie, al lado de la escena, volteando a ver a Isabel con gesto aliviado.
- Isabel, gracias por venir. Como te dije, el caso parece muy claro, pero hay algo aquí que no acaba de convencerme.
Isabel se acercó al cuerpo y, en un movimiento muy rápido, sacó un par de guantes de latex de su bolso. Levantó un poco la cabeza del cadaver, que presentaba el rostro desencajado.
- Definitivamente, fue envenenado. ¿Me decías que sospechabas ya como se hizo?
- Sí - respondió Ortega - aunque me parece una forma terriblemente enfermiza.
Con una mano también enguantada, tomó de la mesa una pequeña caja de madera, y se la pasó a mi jefa con cierta solemnidad. Ella la recibió, con cuidado, y no puedo evitar el levantar la ceja
- ¿Una serpiente picadora?
- Todo parece indicar que sí.

domingo, 10 de agosto de 2008

Juguetes populares

Subimos al coche con cierta prisa, sin intercambiar palabra. Durante unas cuantas cuadras, Isabel no dijo ni una sola palabra, para como era su costumbre, romper el silencio de forma repentina.
- ¿Alguna vez jugaste con juguetes artesanales?
La pregunta me sorprendió, pero no la sentí realmente extraña
- Pues no mucho. Una vez que fui con unos amigos a Oaxaca, compre uno de esos boxeadores que se golpean al apretarles al centro, pero nada más. En realidad, de niño era yo más del futból y cosas de calle, y mi mamá no tenía mucho dinero como para comprarme juguetes. ¿Porqué?
- De una u otra forma, es una actividad que está desapareciendo, aunque sobrevive hasta donde es posible. A pesar de todo, aún hay personas que se preocupan por mantenerlo vigente de una u otra manera. Aunque desafortunadamente, parece que uno de ellos ya no está entre nosotros.
- ¿A qué te refieres?
- Sergio Neri. Era el director de una organización privada, que se encargaba de comprar juguetes de ese tipo a artesanos, para después distribuirlos en el extranjero o en tiendas de las ciudades más importantes del país. Lo acaban de encontrar muerto, Y Ortega tiene la sospecha de que pudiera haber sido asesinato. No me pudo dar muchos datos al teléfono, pero parece que tiene motivos bien fundados.
Entramos por San Ángel, y realmente no fue necesario preguntar a donde íbamos, pues apenas dando la vuelta nos encontramos con varias patrullas frente a una de las casas. No había duda de que habíamos llegado al lugar.

lunes, 4 de agosto de 2008

Artesanías

Tomó aire, como haciendo memoria, lista para seguir con la conversación. De pronto, sonó el teléfono, y se operó un cambio notable: todo su cuerpo se tensó, en postura de alerta. Isabel solía recibir llamadas de forma frecuente, por lo que eso no era sorpresa. Pero por algún motivo, parecía prever cuando era alguna cuestión de trabajo, como una especie de sexto sentido. Como parte de mi trabajo, tomé el teléfono casi automáticamente y contesté.
- Residencia de la Señora Betancourt
- Hola Julio, comunícame con tu jefa, que tengo algo importante para ella.
- Es Ortega - le dije mientras le pasaba el auricular - parece que es importante.
Ella tomó el teléfono musitando un rápido gracias. Sus ojos tenían ese brillo especial que siempre tenían cuando surgía algún caso, así que sólo la vi fijamente mientras hacía rápidas preguntas, y tomaba nota. Apenas unos instantes después, colgaba el teléfono de forma apresurada, y me vio fijamente a los ojos.
- ¿Te gustan las artesanías?
- Pues sí, a veces
- Pues tenemos un trabajo relacionado, así que es mejor que vayamos saliendo.
Yo realmente no sabía que pudiera haber que tuviera que ver con ello, y que al mismo tiempo se conectara con nuestro trabajo. Pero si algo había aprendido en ese tiempo. Es que prácticamente no habría cuestión en la que eventualmente no estaríamos envueltos. Debo de admitir que aún tenía curiosidad de que terminara la historia de su vida, pero si algo tenía yo claro es que, una vez que se le presentaba un trabajo, ya no había nada más que llamara su atención, por lo que se opté por no decir nada, levantándome y siguiéndola hasta el coche.

Cambio de vida

Entrelazó los dedos sobre la mesa, y viéndome fijamente, continuó con su historia.
- Si bien mi padre técnicamente no me corrió, el problema ahí fue un choque de orgullos. Él me dijo muy claramente que podía volver a la casa... Una vez que hubiera cortado con Gerardo. Yo no estaba dispuesta a ceder, así que estuvimos viviendo juntos algunos meses, hasta que decidimos casarnos. Pero como te dije, a pesar de mi pasado familiar, no estaba hecha para ser nomás el ama de casa. Gracias a la recomendación de mi pareja, conseguí un puesto de secretaria en los juzgados, comenzando desde lo más bajo. Sabía escribir a máquina, realizar ciertas labores secretariales y lo más básico de oficina, así que no me convertí en una carga para él.
Esbozó una media sonrisa. No había duda de que ella se sentía especialmente orgullosa de todo lo que había conseguido sola, y parecía en cierto modo demostrar que había triunfado frente a su padre.
- Pero por otro lado, mi intención no era quedarme ahí mientras él crecía en su carrera: Comencé a leer sus libros, a participar en conversaciones, a empaparme del ambiente... Bueno, sólo te diré que, en poco más de un año, sabía tanto de leyes como de procedimientos policíacos más que incluso muchos de los que llevaban años en eso. El principal problema era que, mientras no tuviera un título, seguía siendo la secretaria. Afortunadamente, todo lo que aprendí le sirvió bastante a mi marido, así que, cuando menos como pareja, fuimos creciendo muy rápido.

domingo, 13 de julio de 2008

Hurgando en el pasado

Isabel se recargó en la silla, y me miró largamente, pero sin verme, como haciendo memoria.
- Bueno mi querido Julio, sabrás que mi familia era de dinero, así que prácticamente tenía la vida resuelta. En cuanto al estudio, no era realmente necesario, pero por mi tipo, no podía simplemente quedarme en casa viendo a la pared, así que decidí seguir una carrera auténticamente por pasatiempo. Elegí diseño gráfico en la Ibero, más que nada porque todas mis amigas estaban ahí. Pero bueno, lo cierto es que no me iba mal, pues realmente disfrutaba el estudio, pero necesitaba algo más.
Me miró a los ojos, como midiendo hasta donde había logrado capturar mi atención. Me leyó rápidamente, y retomó su historia.
- Fue cuando comencé a experimentar con Internet que encontré un círculo de lectura, un lugar en donde varias personas para comentar libros e intercambiar puntos de vista. Y te hablo de una época en la que el chat era aún un sueño. La única forma de establecer comunicaciones grupales era por medio de foros, y fue ahí donde comencé a reunirme con este grupo que te dije. Usualmente era intercambio de mensajes, pero de cuando en cuando, se hacía alguna reunión. Fue ahí donde conocí a Gerardo, un abogado. No era en realidad joven, pues me llevaba poco más de diez años, pero compartíamos una pasión. De ahí, nos comenzamos a ver nosotros solos y, como imaginarás, nos acabamos enamorando.
- Muy romántico - acoté, más por demostrar que estaba atento que porque realmente lo considerara así.
- Pues sí, aunque si quieres que las cosas se pongan melodramáticas, voy para allá. Gerardo era talentoso, y trabajaba dentro de la Suprema Corte. Cualquiera con un poco de visión se hubiera dado cuenta de que, con el tiempo, él llegaría lejos. Pero a mí eso no me importaba, pues quien tenía el futuro asegurado era yo. Pero ya sabes como son algunas familias, en especial las de abolengo - a esta última palabra le dio un énfasis burlón - así que en cuanto se lo presenté a mi papá, ardió Troya... Que no era de mi nivel, que buscaba aprovecharse de mí... Bueno, ya conoces como son ese tipo de historias. Aunque claro, creo que a estas alturas ya sabes que no soy del tipo sentimental que se encierran a llorar en su recámara. Yo siempre he sido mujer de armas tomar, así que hice lo que toda muchacha enamorada y con poco sentido común hubiera hecho.
No necesitaba ser un genio deductivo para terminar su frase.
- Te escapaste.
Ella se limitó a esbozar una sonrisa enorme, y asintió con un movimiento amplio y lento de la cabeza, que no ocultaba una cierta dosis de orgullo.

martes, 24 de junio de 2008

Notas biográficas

La pregunta no debería de haberme tomado por sorpresa, conociendo el tipo de mente que caracterizaba a Isabel. Sin embargo, no pude evitar quedarme callado unos segundos, en lo que ponía en orden mis ideas.
- Bueno, primero lo más evidente es que fuiste casada, y que tu esposo era una persona muy talentosa. El hecho de que aún guardes el álbum y los recortes con tanto cuidado me hace pensar que... bueno... este... que eres viuda. Tu esposo era también un lector voraz, pero mucho menos organizado que tú. El era magistrado, y estuvo mucho tiempo en ese trabajo. Y quizá no directamente de lo que vi, pero supongo que ustedes se conocieron en el trabajo.
Ella estuvo sonriendo durante todo mi monólogo, con una expresión de franco orgullo. Sin embargo, cuando mencioné el hecho de que se conocieron en el trabajo, levantó la ceja con un gesto de insatisfacción, viéndome con curiosidad.
- ¿Y por qué tu última conclusión?
- Bueno - balbuceé, algo cohibido - Se nota a leguas que tienes experiencia en leyes y cuestiones policíacas. Y siendo él magistrado, es lógico que llegaron a moverse en los mismos círculos.
- Querido Julio, tu razonamiento es correcto, pero incompleto. No pienses sólo en lo inmediato, sino analiza todas las variables. Quizá nos conocimos en la escuela de leyes, o en algún curso. O es posible que alguno de los dos entrara al medio precisamente impulsado por el otro. ¿Entiendes?.
- Pues si, es cierto
- Aunque bueno, tengo que admitir que en casi todo estuviste muy acertado, aunque con la simple hoja hubieras podido haber obtenido mucha más información. Sin embargo, para alguien que apenas está aprendiendo, tus resultados fueron notables. Así que creo que es momento de que yo cumpla mi parte, y te hable un poco del pasado de tu jefa, pues seguramente a estas alturas tendrás bastante curiosidad.
Decidí no decir nada más, así que sólo asentí levemente. Aunque era cierto que me estaba matando la curiosidad, consideré que lo mejor era no mostrarme demasiado obvio.

martes, 17 de junio de 2008

Conociendo a Isabel Betancourt

La siguiente semana, mi trabajo se centró un poco más en la cuestión bibliográfica. Fue precisamente en uno de esos días que fui conociendo un poco más a mi jefa, y de las curiosas circunstancias de su pasado. Uno de esos días, mientras acomodaba una serie de libros legales - de los cuales, dicho sea, no entendía yo ni una palabra - di con un recorte de prensa algo viejo. Era sobre la entrega de un reconocimiento a un magistrado, al parecer, alguien importante, por sus años de servicio. Considerando el cuidado que tenía Isabel en archivar los recortes que eran importantes en alguna de sus investigaciones, se me hizo raro que estuviera guardado con esa falta de cuidado, por lo que decidí verlo directamente con ella.
- Isabel - le pregunté, poniendo el recorte en su escritorio - encontré ésto dentro de un libro, quería ver donde lo archivo.
Su reacción me resultó en extremo sorpresiva: Tomó la hoja y la estuvo viendo con un cuidado extremo, y pude notar que la expresión de su rostro se hacía algo más melancólica. Dejó escapar un profundo suspiro y lo dejó sobre el escritorio, meditabunda.
- Hay un álbum fotográfico en ese librero - me dijo señalándolo, pero sin dirigirle la mirada - en la última repisa. Pásamelo por favor.
Me resultó un poco extraño, pues ella no acostumbraba archivar ese material en álbumes, pero preferí no decirle nada, y simplemente pasarle lo que me pidió. Lo abrió con lentitud, pasando cada página lentamente, deteniéndose en diversas fotos. Todas ellas eran de sí misma, con el mismo hombre del recorte. El que una de ellas fuera una foto de bodas me permitió sacar mis conclusiones: era su marido. Tras de unos momentos, acomodó el recorte de periódico prólijamente en una página vacía, y cerró el álbum lentamente.
- Bueno Julio, toma asiento. Imagino que tienes algunas preguntas, y quiero pensar que, si de algo ha servido el tiempo que has estado trabajando aquí, ya habrás sacado tus propias conclusiones. Así que primero oigamos tu teoría, y luego conversamos.

sábado, 14 de junio de 2008

Cambio de planes

Isabel hizo una larga pausa, como si quisiera disfrutar el dramatismo del momento, y continuó
- Tú misma sabías que era demasiado arriesgado, pero estabas ahí, y no querías esperar a otro momento. Forzaste la única cerradura que quedaba con una varilla, y entraste. A partir de ahí, todo fue sencillo: sacar los documentos, sacarles varias fotos, y guardar la cámara en tu bolso. Ahí fue donde surgieron las dudas.
En ese momento, Isabel clavó su mirada en Teresa, que tenía dificultad para pretender enojo
- Sabías que en cuando encontraran la puerta forzada, sospecharían del robo, y que Echenique, temiendo que hubieran robado información, tomaría las medidas pertinentes. Fue en ese momento que imaginaste lo de las pantaletas. De esa forma, desviarías la atención hacia su hija, pues sabías lo importante que es para él su seguridad. Tomaste todas las pantaletas y dejaste el cajón abierto, sabiendo que eso atraería la atención. El problema, es que no podías irte, pues dejando la puerta abierta, alguien podría entrar a robar, deshaciendo tu coartada. Y por otro lado, cerrar de nuevo las llaves que aún funcionaban despertaría sospechas. Entonces cerraste la casa, saliste a dejar las pantaletas y la cámara en un lugar seguro, y volviste. Y fue que los llamaste, usando el pretexto del olvido de la clase, y esperaste aquí a que llegaran. Eso fue una especie de valor agregado, pues el cuidar la casa mientras volvían te alejaba de sospechas.
Echenique volteó a verla, con una mezcla de sorpresa y decepción. Yo sentí súbitamente la mano de Isabel en mi hombro, que me susurró al oído
- Vámonos, es mejor que ésto se arregle entre ellos.
Salimos de la casa lentamente, sin decir nada. Yo volteé la vista durante unos segundos, pero Isabel nunca dejó de mirar al frente.

Oportunidad

En un principio, Teresa se quedó de una pieza, pero no tardó en reaccionar, mostrándose totalmente indignada.
- Señora Betancourt, espero que tenga una explicación razonable, pues a mí me resulta bastante molesta esta calumnia.
- No la llamaría calumnia, considerando que la explicación resulta clara. Nuestro ladrón entró de manera directa a la recámara de Lucía, abrió sólo el cajón de la ropa interior, tomó casi todas las prendas, dejó abierto el mismo, y salió huyendo. Eso puede sonar extraño, pero posible, excepto porque no parece la acción de alguien que sabía que contaba con toda una semana para actuar. Lo que a mi me parece es que se dejó abierto el cajón, y se tomaron todas la prendas, para que resultara evidente, y desviara la atención a lo que realmente pasó.
- ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? - preguntó Teresa, que no lucía ya nerviosa, sino terriblemente molesta.
- Sencillo. Eres una mujer con conocimientos en finanzas y una capacidad tremenda en el ramo, y la idea de ser sólo una tutora no era exactamente lo que tú deseabas. Pero conoces el medio, y sabes que siendo consultor, el Señor Echenique tenía acceso a información de diversas empresas, que te daría ventajas increíbles sabiendo usarla. Pero siendo información, la más mínima señal de que hubiera sido robada la haría inútil, así que requerías paciencia.
- Estuviste esperando, buscando la oportunidad - continuó Isabel, totalmente dueña de la situación - tomando una por una las llaves del duplicado, para hacerte tu propio juego. Desafortunadamente, nunca supiste de la ruptura de la llave, así que el plan estaba perfecto. Cuando supiste que estarían fuera toda una semana, sabías que era el momento ideal. Sin embargo, las cosas comenzaron a ir mal.

lunes, 2 de junio de 2008

La seguridad del hogar

Isabel avanzó a la oficina del licenciado, y apenas entrando, se quedó de pie en la puesta, viéndolo s con atención. Ortega y Echenique estaban en la oficina, discutiendo ciertos detalles que no alcancé a oír, pues ambos guardaron silencio en cuanto Isabel se dirigió a ellos.
- Señores, creo que logré encontrar algunas cosas que pudieran esclarecer este problema, pero me gustaría tener reunidos a todos junto a la puerta. Y cuando digo a todos me refiero a Lucía, Teresa... Todos.
Ni siquiera los esperó, sino que volvió al lugar tan rápido como se fue. Se quedó de pie junto a la puerta, con una sonrisa triunfante. Ortega y Echenique llegaron primero, y poco después Teresa y Lucía. La chica se veía aún muy asustada.
- Bueno Licenciado Echenique, me decía usted que ningún cajón de su oficina estaba abierto, no había señal de que nadie hubiera buscado nada ¿Correcto?
El hombre sólo asintió con la cabeza, aún algo sorprendido
- Bueno, eso significa que nadie buscó nada en su oficina, lo cual puede decir muchas cosas. Por lo pronto - dio un par de pasos y señalo al portallaves, que colgaba junto a la puerta - Uno tiende a pensar que, estando en la casa, uno está ya seguro, lo cual no siempre es cierto. Licenciado... ¿Este duplicado está siempre aquí?
- Si, claro, está a la mano
- Y obvio, a la vista de todos. Si alguien lo hubiera tomado, se corría el riesgo de que alguien se diera cuenta de que no estaba ahí. Pero tomando una sola llave digamos, cada semana, y sacándole copia, sería más difícil de descubrir.
Todos alrededor voltearon a verse, mientras que yo mantenía fija la vista en Isabel
El problema era que si, durante ese inter, alguien hubiera cambiado alguna de las llaves, no tendría forma de saberlo, cuando menos hasta que tuviera que hacerlo... ¿Verdad Teresa?
- Su ojos se clavaron en la tutora, que se quedó completamente pasmada. Todos voltearon a verla, aunque era evidente que nadie comprendía el porqué de la acusación.

Improvisando

En el momento en que Isabel me señaló la puerta, la situación era evidente. La misma cerraba con tres cerraduras, todas ellas bastante macizas. Una de ellas se veía forzada por medio de una barreta o algún otro tipo de palanca, pero las otras dos lucían intactas.
- Sólo forzaron una
- Exacto. Me imagino que ésta fue la que cambiaron recientemente.
- ¿Y quién te dijo que la habían cambiado?
- Nadie, pero era la solución más lógica a esta situación. Se trataba de alguien que tenía un juego de llaves, pero que no las usa frecuentemente, cuando menos no lo suficiente como para notar un cambio.
- Entonces fue premeditado
- Claro, alguien que espera hasta que la familia salga todo un fin de semana seguramente tenía todo un plan bien elaborado.
- Entonces, la idea de robar las pantaletas la tenía ya desde antes.
- Más bien yo diría que tenía un plan bien estructurado, pero cuando algo no salió de acuerdo a lo que había calculado, tuvo que improvisar. Obviamente, el que la casa estuviera sola toda una semana era algo que no se repetiría, así que decidió seguir adelante a pesar de los cambios.
Señaló a otro punto del marco de la puerta, con expresión casi didáctica.
- Ve, la huella es redonda, no es plana como la que dejaría una barreta. La puerta fue forzada con una varilla, lo que nos dice que no estaba dentro de su idea original.
- Entonces es posible que Teresa esté en lo cierto, y que sea uno de los amigos de Lucia.
Isabel suspiró profundamente, y volteó a verme a los ojos
- Julio, en una sociedad machista como ésta, aún está muy arraigada la idea de que, si a una mujer la ofenden o se propasan con ella, fue porque lo provocó, y lo peor es que somos nosotras mismas las que, a veces, nos encargamos de propagarlo...
De pronto, su vista se clavó en la puerta, y sacó el lápiz labial en un movimiento casi automático.
- Claro, desde hace ya un buen rato que sabía quien lo había hecho, pero no encontraba el porqué. Ahora está todo casi listo. Sólo tenemos que hablar con el señor Echenique. Vamos.
Regresamos hasta la oficina del licenciado, aunque en esta ocasión, caminaba lentamente, mientras el el labial subía y bajaba casi al mismo ritmo que sus pasos.