viernes, 12 de junio de 2009

Estocada

A diferencia de otras ocasiones, esta vez nos dirigimos al SEMEFO, en donde estaba esperándonos Ortega, y fue gracias a él que Isabel pudo entrar sin problemas. Sin decir ni una palabra, sacó de su bolso un par de guantes de latex, poniéndoselos con cuidado, pero con bastante rapidez.
- ¿Ya lo revisaron? - preguntó mi jefa con seguridad.
- Si, y te tengo incluso una copia del informe, aunque me imaginé que querrías verlo tú misma.
- ¿Y en cuanto a la oficina?
- Aún logré tenerla aislada un par de días. Pero como no era él el único en usarla, no podré hacerlo mucho tiempo, así que te agradecería que la revisaras hoy mismo.
- No te preocupes, en cuanto termine aquí, pasaré a verlo, gracias.
Fue hasta después de esta rápida conversación, que Ortega me saludó de una forma rápida, pero cordial, antes de salir de forma apresurada.
- Velo con atención - me dijo Isabel mientras caminaba hacia la plancha - un policía honrado, algo que en México es más raro que un diamante de un kilo.
Aunque yo llevaba ya algún tiempo trabajando con ella, el análisis de un cuerpo siempre me provocaba un cierto malestar, y más cuando veías como ella manejaba todo con una frialdad extrema.
Tomó un folder que estaba al lado y lo leyó con calma
- Asfixia, ya lo suponía yo. Es imposible clavar una espada de esta forma a alguien que aún está vivo.
Descubrió el cuerpo y revisó la herida cuidadosamente. Era un corte recto y bien calculado en medio de los omóplatos, que entraba recto en el cuerpo.
- Esto es claro, el asesino estranguló a su víctima, y hasta que no estuvo muerto, no usó la espada. Si te das cuenta, la persona fue cuidadosa, pues la hoja no alcanzó a salir por el pecho.
- Pero ¿Por qué tomarse tantas molestias si estaba ya muerto?
- Sencillo, aquí estaba mandando un mensaje.

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