jueves, 23 de octubre de 2008

Café

Volví con Isabel al estudio, y la vi sacar el labial de su bolsa, bajándolo y subiéndolo rítmicamente, indicación de que estaba pensando cuidadosamente.
- ¿Qué esperas encontrar en el escritorio de un hombre muy ocupado?
- Pues varias plumas, la computadora, papeles, agenda...
- Exactamente. El hombre pudo haber sido lo organizado que quieras, pero este escritorio está demasiado vacío, demasiado para mi gusto.
Se dirigió hasta el librero, y comenzó a pasar la mirada por cada uno de los lomos. Sin embargo, tardé algunos segundos en darme cuenta de que su cara estaba demasiado cerca... Estaba oliendo.
- Creo que encontré algo interesante Julio - dijo mientras sacaba un libro de entre los del librero, y lo puso sobre la mesa. Al momento de que lo abrió, pude ver una de las esquinas arrugadas, y con el tono amarillento que suele acusar café derramado.
- Las manchas de café son terribles para los libros, pero usualmente el olor desaparece, a menos que la mancha sea muy fresca. Y este libro está incluso húmedo.
Se dirigió al escritorio, donde aún descansaba el cadáver, y casi pegó el rostro a su superficie, sonriendo ampliamente
- Acércate Julio, y huele
Acerqué mi rostro, y aspiré. Era el olor inconfundible de limpiador para casa, leve, pero muy fresco.
- ¿Qué notas?
- Nada raro - respondí - Limpiaron el escritorio, pero eso no es nada extraño.
- Depende de cuando y para qué, y creo que tenemos ya una pista importante.
Con una sangre fría que a mí siempre me ha parecido admirable, tomó la muñeca del cadáver y la levantó un poco, viendo la manga de la bata. Su sonrisa lo único que hizo fue hacerse más amplia.
- Bueno mi estimado Julio, tenemos al culpable y el método, pero aún hay algo que no entiendo, pero que me imagino que será lo más fácil de dilucidar.
- ¿A qué te refieres?
- Sigo sin saber el porqué.

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