sábado, 26 de abril de 2008

Mi primer caso

Como mencioné anteriormente, un martes a media tarde, recibí una llamada del Comandante Ortega. Al parecer, tenía bastante urgencia por hablar con Isabel, así que lo comuniqué de inmediato. Prácticamente desde que tomó el auricular escuchó con atención, la mirada fija. En cierto momento, deslizó la mano a su bolso y sacó su labial, y comenzó a sacarlo y meterlo a intervalos. Prácticamente no hablaba, sólo algún ajá, claro o interesante. Tras de unos diez minutos, se puso de pie de golpe, y murmuró con voz firme.
- No mueva nada, vamos para allá.
Se dirigió hacia mí y, sin entrar en detalles, me dijo en forma autoritaria
- Toma el Atlas de Medicina Legal y Forense de Font Riera, y te espero en el coche, vamos a salir.
El auto de Isabel era un Maverick Comet modelo 74, color aceituna. A pesar de
que era un modelo bastante antiguo, se movía perfectamente, y estaba en un estado envidiable. Yo tomé el libro de la repisa y subí al asiento del copiloto, mientras que Isabel me esperaba ya frente al volante.
- ¿Has oído hablar de Rafael Gomera?
Ruborizado, no me quedó otra que aceptar mi ignorancia.
- No te preocupes Julio, el caso se dio a conocer hace tres años, y no se sabía gran cosa de él. Un caso bastante interesante. Gomera era un gatillero, que trabajaba para la familia Treviño, narcotraficantes. Era incluso el segundo de Sergio Treviño, la cabeza del cártel.
- ¿Y porqué es tan importante? - pregunté, realmente interesado.
Hace tres años, escapó con una fortuna, perteneciente a Treviño, y se comunicó con la Federal. Ofreció testificar contra su ex-jefe si le daban inmunidad, pero exigía también poder quedarse con el dinero robado. Cuando no accedieron a sus demandas, simplemente desapareció.
- ¿Y qué tiene que ver todo eso con nosotros?
- Que posiblemente encontraron ya a Gomera, aunque por lo visto, parece que no podrá testificar mucho.
Iba a preguntar de que se trataba, cuando se acercó a un camión de bomberos, que esperaba frente a una pequeña casa. El lugar estaba prácticamente ennegrecido en su totalidad, y varias patrullas rodeaban el edificio. Ella se estacionó con gran destreza, y volteó a verme con una sonrisa.
- Sígueme Julio, y trae el libro, que voy a necesitar de tu ayuda.
Ella entró al lugar a grandes zancadas. Yo me rezagué un poco, asegurándome que todo quedaba bien cerrado, y la alcancé corriendo.

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