domingo, 18 de mayo de 2008

Cosas de mujeres

A estas alturas, seguramente el lector se habrá percatado del grado de perfeccionismo que era capaz de desarrollar Isabel, por lo que no debe de extrañar que, aunque ya no estábamos en el caso, y había ocurrido ya hace más de tres semanas, seguíamos recopilando datos sobre Gomera. Sin embargo, eso no le impedía tener la mente en otras cosas. De hecho, no recordaba yo un día en que no estuviera ella pensando en más de un solo asunto. Por ello, muchas veces no sabía yo a qué se refería cuando me daba alguna explicación o me pedía algo. Sin embargo, era ya parte de la rutina.
Fue un lunes en la mañana que, apenas llegué a su casa, ella estaba ya esperándome en la puerta, con las llaves del auto en la mano
- Ni entres Julio, tenemos algo que atender
Ella salió dando zancadas, y yo la alcancé en cuanto me repuse de la sorpresa. Considerando la última vez que habíamos salido así, estaba yo listo para enfrentarnos a otro caso de asesinato, pero mis suposiciones se fueron por tierra casi de inmediato.
- ¿Qué sabes de los fetiches sexuales?
Yo me la quedé viendo con los ojos tremendamente abiertos, sin saber que contestar. Ella sólo contuvo malamente una risa, y continuó antes de que respondiera.
- Tranquilo, al parecer hoy no nos la vamos a ver con ninguna muerte, sino sólo un robo, pero uno de los más raros que te puedes imaginar.
- ¿Raros?
- Si, parece que entraron a la casa de uno de los industriales más importantes de este país, en una casa en donde había varias cosas bastante valiosas, tan sólo para llevarse toda la lencería de su hija adolescente.
Yo volteé hacia el camino, viéndola de reojo. Si de primera instancia, alguien me hubiera contado algo así, hubiera jurado que era una broma. Pero si de algo estaba yo seguro, es que Isabel no era para nada afecta a las bromas.

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