viernes, 9 de mayo de 2008

La historia de lo que pasó

- La perdición de Treviño fue haber tomado la cuestión como personal, y el que él y Gomera estuvieran en igualdad de condiciones. Bien pudo enviar gente a que lo buscaran y localizaran, pero con la orden de no tocarlo siquiera. Rafael había traicionado su amistad, así que él lo manejaría personalmente.
Caminó lentamente hacia la puerta, señalando los restos de los muebles con cuidado.
- No hay duda, la pelea fue muy pareja, pues los dos sabían lo que estaba en juego. Sin embargo, Gomera fue mejor, y logró matarlo, enterrándole en el vientre el cuchillo que posiblemente el mismo Treviño planeaba usar. Pero creo que tú sabes como son esos grupos.
- Si, claro - Mentí, aunque algo podía hilvanar de lo que me relataba
- Si se sabía que él había matado al jefe, irían tras de él, y no de uno en uno, así que decidió cubrirse de la mejor manera. Destrozó la mandíbula del cuerpo a martillazos, y se encargó de triturar los dedos para eliminar las huellas digitales. El fuego no dejó muchos rastros, pero yo podría jurar que también le vació los ojos. Después, puso sus identificaciones en el único lugar donde sobrevivirían a un incendio... En agua. De esa forma, quien lo encontrara supondría que era él.
Volvió a acercarse al cuerpo, y su mano señaló al antebrazo destrozado.
- El fuego hubiera borrado las huellas del tatuaje, pero prefirió no correr riesgos. Hizo varios cortes y - aspiró fuertemente, acercando su cara a la herida - puso más gasolina en esa zona. Después, sólo quedaba prender fuego al lugar, escapar y prepararse a que lo dieran por muerto.
- Entonces ya no hay forma de dar con él.
- Posiblemente sí, pero tendremos que trabajar un poco en ello. Cuando menos, aquí ya acabó nuestra parte. Creo que podemos irnos.
Se dirigió a donde estaba Ortega y, rápidamente, le comentó algunas cosas, e imaginé que era lo mismo que me había dicho a mí. Tras de ello, volvimos al auto. Ella caminaba tranquila, y con una enorme sonrisa de satisfacción.
- Por cierto Julio, mil perdones - me dijo cuando llegamos al auto
- ¿Y eso porqué? - atiné a preguntar, algo confundido.
- Por hacerte cargar el libro. Realmente no esperaba que este caso fuera a ser tan fácil.
Fácil... En ese momento, no tenía idea de lo que ella consideraba difícil.
Pero ya después me enteraría.

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