sábado, 24 de mayo de 2008

Tres mujeres diferentes

Al entrar a la habitación de la joven, me sorprendí: En un escritorio al fondo de la habitación, estaba una computadora que lucía bastante más avanzada de lo que había visto hasta ahora. El cuarto era lo suficientemente grande para tener un home theatre, un modular bastante impresionante y una pantalla de plasma. No había duda de que su padre no le negaba nada. Al llegar, pude ver una joven muy atractiva, vestida a la última moda, con expresión asustada. A su lado, una mujer de casi la misma edad de Isabel, vestida con un impecable traje sastre, hablaba con ella. La mujer se veía que intentaba tranquilizarla, aunque no podía - o no quería - ocultar un profundo enojo.
- Supongo que usted es la mujer de la policía - dijo secamente cuando entramos
- Podemos decir que sí - respondió Isabel, sin perder la compostura. La joven debe de ser Lucía. Y usted...
- Licenciada Teresa Arreola - recalcó especialmente la palabra licenciada - economista y maestra particular de Lucía.
- Muy bien. Si lo que me dijo el Comandante Ortega es cierto, usted fue quien descubrió todo¿Así es?
- Exacto. Usualmente le doy clases a Lucía los lunes en la mañana, pero en esta ocasión había olvidado que ellos estarían en Cuernavaca hasta el martes. Cuando llegué, noté la puerta forzada, por lo que temí que hubieran vaciado la casa. Pero cuando entré, sólo noté abierto el cajón de arriba de Lucía, en donde guarda su ropa interior.
- Todo apunta entonces a un pervertido, supongo
- No encuentro otra explicación. En cuanto supe, llame al Señor Echenique, y volvió lo más rápido que pudo, y avisé a la policía también. Mientras, me quedé aquí para asegurarme que nadie más entrara.
- Buen movimiento. Es usted economista, me dice
- Si, pero estoy desempleada en este momento. Me ayudo con las clases que le doy a la niña ¿Por?
- Por nada señorita. ¿Podríamos hablar con Lucía un momento a solas?
- Claro, no hay problema - Y luego, dirigiéndose a la chica, le dijo - Tranquila amor, estas personas van a ayudarte. No tienes que temer.
Teresa se levantó y, con una fría sonrisa hacia nosotros y otra más cálida a La muchacha, salió de la habitación. Isabel, bastante relajada, se sentó en la cama junto a ella. Sin embargo, sacó de su bolso discretamente su lápiz labial.

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